lunes, 30 de enero de 2012

Cholitas Luchadoras por todo el mundo

Tiemblan las graderías con los rugidos del público, que se ha puesto de pie y con los ojos desorbitados observa como Clotilde la Dragona levanta en vilo a su rival e intenta arrojarla a las llamas. "!Alguien apague ese fuego, 'anchanchu' (demonios, en la lengua aymara)!", brama un espectador haciendo bocina con las manos. Dentro del gimnasio municipal, bautizado 'coliseo' para esta ocasión, el olor de los trapos quemados se mezcla con el de las axilas y la cerveza en vasos plásticos que vende un muchacho, envuelto en una capa con los colores de la bandera boliviana.

El chico cuenta las monedas, indiferente a los huesos de pollo que la gente arroja al ring y a los gritos de 'jallalla' (hurra) que brotan de las gargantas cuando Amalia la Bella, con las llamas lamiéndole los tobillos, logra zafarse de su contrincante y de una patada la envía trastabillando fuera del cuadrilátero. Una orquesta toca la música de fondo, que varía de acuerdo con los avatares del combate, como en las películas del cine mudo. En el momento en que los camilleros retiran a la Dragona, ¿inconsciente?, las guitarras enmudecen y el sonido del tambor le imprime al huayno, melodía típica del Altiplano, una lúgubre marcialidad.

La lucha libre entre cholitas, como llaman en Bolivia a las mujeres mestizas, es una de las 'entretenciones' predilectas de los vecinos de El Alto, una ciudad de 650.000 mil habitantes, aledaña a La Paz. Los fanáticos sacrifican la mañana del domingo para estar temprano en la boletería, no vayan a perderse el espectáculo de Juana la Momia o de Sexy Pamela rodando por la lona, jalándose de las trenzas como si se quisieran arrancar el cuero cabelludo. Se pagan 11 bolivianos (un dólar y medio) por una localidad simple, el doble por una silla con respaldo en las primeras filas. Oscar Ordóñez, comentarista de la radio local, me recomendó ir a platea, para saborear los comentarios del público y no formar parte del show como los turistas que por estar cerca del tablado son escupidos, vilipendiados y hasta golpeados (en broma) por las temibles cholitas.

Los torneos de lucha libre cayeron en decadencia a finales de los 90, con la llegada de la televisión a los hogares más humildes. Volvieron a despegar en el 2001, cuando el empresario Juan Mamani tuvo la idea brillante de crear la categoría femenina de los Titanes del Ring De las 60 cholitas que se presentaron a la audición, Mamani seleccionó a catorce más por sus habilidades histriónicas que por la fuerza de sus puños, eso se entiende.

Junto con ser rentable –una luchadora consagrada gana hasta 30 dólares por combate- el oficio tiene sus riesgos. "A veces regreso a casa cubierta de moretones. Mi esposo reniega y suplica que abandone el deporte pero cuando llegan las facturas, cambia de parecer. La gente me reconoce en la calle. Las mujeres piden autógrafos y los hombres me dicen... cosas. Es el precio de la fama", dice Sexy Pamela –nombre de batalla de Susana Lozano- la alteña que le arrebató el título a la Gladiadora de Cochabamba (una provincia al centro de Bolivia) en el 2007 y fue finalista en los combates mixtos de varones y mujeres. Le pregunté a Walter Choquehuanca, un experto en la materia, si es cierto que los hombres van al Coliseo a satisfacer sus fantasías eróticas. "Aunque a veces se les ve las bragas (en el caso de estas púgiles, unas prendas como las que se usaban en la época victoriana) cuando empiezan los golpes uno olvida que son mujeres", respondió.

Algunas feministas consideran que la lucha libre es beneficiosa porque libera a las bolivianas de la sumisión al hombre. Sexy Pamela frunce la boca con escepticismo. "En el ring soy una fiera. En casa lavo, cocino y consiento a mi marido como hacía mi madre y mi abuelita que Dios la tenga en la gloria".

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