Una pelea de Cecilia Lanza Lobo
Polleras de colores en la Quinta avenida de Nueva York no se ven todos los días.
—¿Peruana?—le preguntan con un claro acento gringo.
—No, ¡boliviana!—responde, remarcando las palabras, como niña enojada.
—Oh, ¿Evo Morales? —aciertan entonces, sorprendidos.
—¡No! Carmen Rosa —aclara, y su gesto se transforma. Su boca pequeña se abre en una sonrisa que le cierra los ojos y le dibuja dos pequeños hoyuelos que escoltan sus labios. Tres dientes de oro brillan. ¡Trin! Perfecta para el show.
Ana Polonia Choque Silvestre es un nombre muy largo para la lucha libre. Mejor, Carmen Rosa —“rosa pero con espinas”, dice ella, y “ruda” para el espectáculo—. Así alcanzó, en la cima de su carrera, el cinturón de campeona del que guarda sólo una réplica, regalo de su marido. El original le fue arrebatado cuando la sacaron del Multifuncional de la Ceja de El Alto el día que rompió relaciones con “Los titanes del ring”. Hoy lucha a muerte por el nombre Carmen Rosa, La Campeona, pues le salieron ya un par de copias “truchas”.
Fuera del ring, Ana llora con frecuencia. Su verdadera batalla es mantener su pasión por la lucha libre intacta. Pero el machismo es como zapato viejo de tanto trajinar y Carmen Rosa tiene varios pares. Desde El Gitano, luchador y empresario que “descubrió” el negocio de las cholitas cachascanistas para luego redituar sin compartir, hasta las propias mujeres de pollera, indignadas por eso de que anda peleando como hombre, mostrando las piernas, ¡dónde se ha visto!.
Sin embargo, la campeona no se rinde. A sus 40 años lidera su propio grupo, “Las diosas del ring”, y arma y desarma su propio cuadrilátero, porque la lucha libre es su vida. “Y sin ella me muero”, dice, con los ojos húmedos.
Pausa. Respira hondo y sale a pelear. Pero esta vez no sobre una lona. Es el estreno del documental “Las mamachas del ring”, de la estadounidense Betty Park, en el Festival HBO de Cine Latino de Nueva York. En él, La Campeona se luce con una pollera roja y una manta negra con el escudo boliviano bordado en la espalda. Luego alza los puños, lista para el siguiente round. Flash.
Polleras de colores en la Quinta avenida de Nueva York no se ven todos los días.
—¿Peruana?—le preguntan con un claro acento gringo.
—No, ¡boliviana!—responde, remarcando las palabras, como niña enojada.
—Oh, ¿Evo Morales? —aciertan entonces, sorprendidos.
—¡No! Carmen Rosa —aclara, y su gesto se transforma. Su boca pequeña se abre en una sonrisa que le cierra los ojos y le dibuja dos pequeños hoyuelos que escoltan sus labios. Tres dientes de oro brillan. ¡Trin! Perfecta para el show.
Ana Polonia Choque Silvestre es un nombre muy largo para la lucha libre. Mejor, Carmen Rosa —“rosa pero con espinas”, dice ella, y “ruda” para el espectáculo—. Así alcanzó, en la cima de su carrera, el cinturón de campeona del que guarda sólo una réplica, regalo de su marido. El original le fue arrebatado cuando la sacaron del Multifuncional de la Ceja de El Alto el día que rompió relaciones con “Los titanes del ring”. Hoy lucha a muerte por el nombre Carmen Rosa, La Campeona, pues le salieron ya un par de copias “truchas”.
Fuera del ring, Ana llora con frecuencia. Su verdadera batalla es mantener su pasión por la lucha libre intacta. Pero el machismo es como zapato viejo de tanto trajinar y Carmen Rosa tiene varios pares. Desde El Gitano, luchador y empresario que “descubrió” el negocio de las cholitas cachascanistas para luego redituar sin compartir, hasta las propias mujeres de pollera, indignadas por eso de que anda peleando como hombre, mostrando las piernas, ¡dónde se ha visto!.
Sin embargo, la campeona no se rinde. A sus 40 años lidera su propio grupo, “Las diosas del ring”, y arma y desarma su propio cuadrilátero, porque la lucha libre es su vida. “Y sin ella me muero”, dice, con los ojos húmedos.
Pausa. Respira hondo y sale a pelear. Pero esta vez no sobre una lona. Es el estreno del documental “Las mamachas del ring”, de la estadounidense Betty Park, en el Festival HBO de Cine Latino de Nueva York. En él, La Campeona se luce con una pollera roja y una manta negra con el escudo boliviano bordado en la espalda. Luego alza los puños, lista para el siguiente round. Flash.
Fuente Revista Pie Izquierdo
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