martes, 31 de enero de 2012

Cholitas Luchadoras de Bolivia

El espectáculo desafía toda comparación. Por sus protagonistas, por el lugar elegido para la escena, por cómo nació y prosperó hasta volverse lo que es hoy. A más de 4000 metros de altura, en El Alto, la ciudad más pobre, opulenta, populosa, contradictoria e indígena del altiplano boliviano, cada domingo unas madrazas con trenzas se sacan la madre. Una contra otra, a veces dos contra una. La pelea es fingida. La virulencia no. En la lucha libre casi todo es premeditado. Lo es mucho menos para quienes pagan su entrada, porque.....
“el show lo vale.”

Las cholitas son indias urbanas, dicen los sociólogos. Visten medias, chales, polleras y sombreros de bombín como en el siglo XVIII: etiqueta y pompa virreinales. La ropa con la que pelean es la misma con que viven. Sólo modifican sus nombres, por amor al arte: “Barba Negra”, “Santa Boliviana”, “Carmen Rosa, la cholita más ruda del altiplano”. Un altavoz aguardentoso anuncia la primera pelea de la tarde: ¡Laaa Iguana contra el malvado Baaarba Negraaaa! Las tribunas se vienen abajo, los nenes abuchean.

El catch de cholas fue ideado por mujeres campesinas en busca de trabajo y para combatir, de paso, el machismo histórico. “Lo de la lucha libre en El Alto viene desde la década de 1980”, explicó Carmen Rosa a Nicolás García Recoaro (periodista, escritor y documentalista), que las vio pelear 1000 veces y escribió tan bien sobre ellas. Ana Polonia Choque, de 40 años, tiene un puesto en La Paz, donde sirve almuerzos. El fin de semana sube a El Alto y al ring: es “Carmen la Campeona”.

Contactos: cholitaswrestling@gmail.com

lunes, 30 de enero de 2012

Maravillosas Cholitas Luchadoras

Ay seres! Aquí estoy, ultimando detalles para salir mañana a las 6pm a morirme fallecida en varios micros hasta llegar a los brazos de Belleza Aymará.

Yo no creo en brujas, pero que las hay, LAS HAY, y estoy segura de que algún ser envidioso me hizo una macumba de ésas con pochoclos, papel crepé, maíz y sangre fresca de gallina, porque si no no me explico tanta peste que ha retrasado mi viaje.

La culebrilla se apoderó de mí dos días antes de salir para Jujuy. Ahora, gracias a la ciencia y a la imposición de manos, me he curado de este mal tan tremendo y soy sólo esperanza.

Ya me sé muchas frases en quechua, frases que nadie que pase por Bolivia y Perú puede no saber, como por ejemplo: “a cuánto está el azúcar en la paz?”, “trae mi mula”, “no me aborrezcas” o “venden leche y huevos?” Y demás frases imprescindibles del librito de quechua que me regaló una alumna.

No veo la hora de reencontrarme con Belleza Aymará; los que me conocen saben que él es mi eje absoluto y mi amor total. Necesito con desesperación que nos lukiemo de cholitas en La Paz y nos filmemos cantando Corazón Salvaje y tocando el siku.

Como saben, estoy empapada de cultura boliviana, de hecho tengo un mambo con bolivia MAL y sueños recurrentes donde mastico coca con Evo Morales.

En fin, el viaje recién comienza para mí, estoy aceleradísima y tengo que correr a la farmacia de Dominichi, quien me provee de Alplax a cambio de chupetines de mandioca.

Les dejo fotos de mis cholitas luchadoras favoritas.

Maravillosa Tupiza

Cholitas Luchadoras por todo el mundo

Tiemblan las graderías con los rugidos del público, que se ha puesto de pie y con los ojos desorbitados observa como Clotilde la Dragona levanta en vilo a su rival e intenta arrojarla a las llamas. "!Alguien apague ese fuego, 'anchanchu' (demonios, en la lengua aymara)!", brama un espectador haciendo bocina con las manos. Dentro del gimnasio municipal, bautizado 'coliseo' para esta ocasión, el olor de los trapos quemados se mezcla con el de las axilas y la cerveza en vasos plásticos que vende un muchacho, envuelto en una capa con los colores de la bandera boliviana.

El chico cuenta las monedas, indiferente a los huesos de pollo que la gente arroja al ring y a los gritos de 'jallalla' (hurra) que brotan de las gargantas cuando Amalia la Bella, con las llamas lamiéndole los tobillos, logra zafarse de su contrincante y de una patada la envía trastabillando fuera del cuadrilátero. Una orquesta toca la música de fondo, que varía de acuerdo con los avatares del combate, como en las películas del cine mudo. En el momento en que los camilleros retiran a la Dragona, ¿inconsciente?, las guitarras enmudecen y el sonido del tambor le imprime al huayno, melodía típica del Altiplano, una lúgubre marcialidad.

La lucha libre entre cholitas, como llaman en Bolivia a las mujeres mestizas, es una de las 'entretenciones' predilectas de los vecinos de El Alto, una ciudad de 650.000 mil habitantes, aledaña a La Paz. Los fanáticos sacrifican la mañana del domingo para estar temprano en la boletería, no vayan a perderse el espectáculo de Juana la Momia o de Sexy Pamela rodando por la lona, jalándose de las trenzas como si se quisieran arrancar el cuero cabelludo. Se pagan 11 bolivianos (un dólar y medio) por una localidad simple, el doble por una silla con respaldo en las primeras filas. Oscar Ordóñez, comentarista de la radio local, me recomendó ir a platea, para saborear los comentarios del público y no formar parte del show como los turistas que por estar cerca del tablado son escupidos, vilipendiados y hasta golpeados (en broma) por las temibles cholitas.

Los torneos de lucha libre cayeron en decadencia a finales de los 90, con la llegada de la televisión a los hogares más humildes. Volvieron a despegar en el 2001, cuando el empresario Juan Mamani tuvo la idea brillante de crear la categoría femenina de los Titanes del Ring De las 60 cholitas que se presentaron a la audición, Mamani seleccionó a catorce más por sus habilidades histriónicas que por la fuerza de sus puños, eso se entiende.

Junto con ser rentable –una luchadora consagrada gana hasta 30 dólares por combate- el oficio tiene sus riesgos. "A veces regreso a casa cubierta de moretones. Mi esposo reniega y suplica que abandone el deporte pero cuando llegan las facturas, cambia de parecer. La gente me reconoce en la calle. Las mujeres piden autógrafos y los hombres me dicen... cosas. Es el precio de la fama", dice Sexy Pamela –nombre de batalla de Susana Lozano- la alteña que le arrebató el título a la Gladiadora de Cochabamba (una provincia al centro de Bolivia) en el 2007 y fue finalista en los combates mixtos de varones y mujeres. Le pregunté a Walter Choquehuanca, un experto en la materia, si es cierto que los hombres van al Coliseo a satisfacer sus fantasías eróticas. "Aunque a veces se les ve las bragas (en el caso de estas púgiles, unas prendas como las que se usaban en la época victoriana) cuando empiezan los golpes uno olvida que son mujeres", respondió.

Algunas feministas consideran que la lucha libre es beneficiosa porque libera a las bolivianas de la sumisión al hombre. Sexy Pamela frunce la boca con escepticismo. "En el ring soy una fiera. En casa lavo, cocino y consiento a mi marido como hacía mi madre y mi abuelita que Dios la tenga en la gloria".

domingo, 29 de enero de 2012

Cholitas Wrestling desde Bolivia

Durante más de diez años, la lucha libre femenina ha capturado la atención de locales y visitantes en El Alto, Bolivia. Estas mujeres agregan un poco de tradición a este popular deporte: ¿En qué otro lugar se podrían ver enaguas bajo coloridas polleras, chales con flecos, gruesas trenzas y sombreros de bombín luchando en un cuadrilátero?

Contactos: cholitaswrestling@gmail.com


Cholitas Luchadoras de Bolivia

En lo alto de la ciudad de El Alto, Bolivia, todos los domingos, los lugareños se reúnen para ver las cholitas luchar. Vestidos con faldas de varias capas y las zapatillas, ponen un bien contra el mal espectáculo por la multitud que se sientan en un piso de concreto y se pierden en el dramatismo de las cholitas.

Las luchadoras siguen un régimen de entrenamiento duro que incluye un caminata de un pico de 15,000 pies. Pero son mujeres normales durante el día, ganando un sueldo escaso por sus familias. Los puñetazos se tiran, las trenzas se agarran y saltos altos se desempeñan para contar una historia en la que finalmente gana la cholita bueno y justo.

Sin embargo, para arriesgar sus vidas, las cholitas se les paga alrededor de $13 por partido. No existe un servicio para prestarles asistencia en caso de lesión. La mayoría del dinero es para el dueño de la arena.

A pesar de sus dificultades de estas mujeres disfrutan la liberación y seguen mostrando espectáculos de fuerza para el escape momentáneo de residentes de El Alto.

Mujeres Hispanas


jueves, 26 de enero de 2012

Cholitas Wrestling Made in Bolivia

Yolanda, La Amorosa, retoca a maquiagem no capricho de quem vai encontrar o homem da sua vida em uma festa, comprime um lábio no outro para corrigir conscientemente o batom, põe os brincos de ouro, ajeita as cinco camadas entre saia e anáguas, dá um leve toque -um tapinha de nada, quase sem propósito- no chale sobre os ombros, mira de forma sedutora os homens presentes naquele camarim e, poderosa, parte para o ringue ao som de um trilha caliente e romântica.

Os marmanjos que lotam o ginásio da serra de El Alto, a 4.900 metros de altitude, babam, deliram, grunhem selvagens e intraduzíveis onomatopéias. Eles estão nas nuvens, bem perto dos céus, e a testosterona escorre dos cantos das suas bocas nervosas e devoradoras de salteñas, a comida típica boliviana que domina as arquibancadas de circo mambembe.

La Amorosa mal sobe ao ringue, com os homens, comovidos, ainda apertando as duas mãos sobre os corações para reverenciá-la, e eis que surge a temível desafiante Jenifer Dos Caras (duas caras, a falsa e violentíssima), ao som de um tecno maligno dos infernos. Até as crianças, que ficam a correr e se pegar em brincadeiras perversas que imitam o que se passa no ringue, paralisam, estátuas, para ver o que está acontecendo. Jenifer massacra a queridinha do público. Bate sua linda e sedutora face no tablado. Por mais que haja um truque de melodrama mexicano -o grande segredo da luta livre- a desafiante machuca mesmo, vi como aparecem roxas depois em todos os corpos.

Minutos antes, elas haviam me confessado: ao contrário da briga dos homens no mesmo gênero, com as mulheres não há amizade, é porrada, sangue. Mulheres.
Yolanda reage. O público enlouquece.

No duelo, suas coxas se expõem um tanto, algo incomum para uma cholita na sua rotina. Nosso fotógrafo João Wainer está de frente para o crime, pero, respeitoso, muda o foco. Os machos gozam como em um gol no Morumbi ou no Maraca. Agora parecem fêmeas que se pegam na rua em disputa ridícula por um homem, acontece: luta de cabelos, com chutes nos países baixos. Dói só de vê-las.

É, os marmanjos, que também se pegam naquele mesmo ginásio, na luta mais próxima dos céus do mundo -graças à altitude- não passam de uns mascarados, como na clássica versão mexicana do embate. La Amorosa e Dos Caras não, amigo(a) viajante, elas são da turma das cholitas luchadoras, fenômeno da luta livre da Bolívia, exemplo único do mundo. Você vê e não acredita, ali na cadeira vizinha de um japonês que delira tal qual o espectador boliviavo de todos os domingos, o dia sagrado da peleja.

“São adagas voadoras com 90 kg de corpo e camadas sem fim de roupas, céus, oh my God”, espanta-se Ren Hassegawa, 24 anos, falando um pouco para o friorento e nordestinado repórter, mas com os olhos na sua namorada e companheira de viagem, uma japonesa que sinceramente não consegui anotar o nome, de tão linda que era e de batismo difícil de soletrar, vai saber os segredos contidos naquele ideograma em forma de fêmea.








Adagas é um filme de 2004, dirigido pelo chinês Zhang Youmou, com manobras impensáveis, tudo com muito efeito especial, claro. As cholitas voam mesmo, com uma indumentária que pesa uns 5kg e com os corpos pequenos e pesados. “Treino, treino e treino”, conta La Amorosa, nos seus 30 e poucos anos –não revela nem na morte a idade exata. Embora sedutora, no momento desta pergunta me fez olhos de kung fu diante de um inimigo. “Tudo é possível para uma índia ayamara, voamos no ringue talvez por um mistério do nosso povo resistente, temos a manha de inventar o inacreditável”.

Os ayamara enfrentaram incas e os invasores espanhóis e tem fama de braveza indômita. Deles originaram as cholas e cholitas espalhadas pela Bolívia com seus trajes garbosos. Em 2003, surgiu desse mesmo “pueblo” da cidade Del Alto, aqui nas cercanias do ginásio da luta livre, a chamada Guerra del Gás, com manifestações de rua contra o então chefe de governo Gonzalo Sánchez de Lozada. O protesto era contra a exportação, a preços módicos, do gás boliviano -principal riqueza do país- pelo Chile. O embate contra o poder oficial foi uma das principais contribuições para o triunfo, dois anos depois, do primeiro indígena, Evo Morales, como presidente de Bolívia.

E sabe quem estava à frente dessa luta, amigo(a) viajante? As cholitas de El Alto. “Empunhamos esta bandeira como nunca, na marra, no grito, muito mais do que os homens, que costumam ser mais plácidos e frágeis do que as mulheres aqui das redondezas”, narra Yolanda, La Amorosa, mãe solteira de duas crianças, faturamento na luta semanal, em media, de US$ 15, e complemento como vendedora de bugigangas e confecções de igual valor durante o mesmo período.

Haja pontapés no ringue. Entre as mulheres, ao contrário da luta livre dos homens, nada parece falso. Para que La Amorosa, a mais técnica entre 20 lutadoras que se revezam a cada domingo, perdesse o embate, careceu do juiz do ringue ajudasse Jenifer Dos Caras nas porradas. Nesse momento, o espetáculo vira algo como Os TrapalhõeQs, Monthy Phyton, embora sem perder a graça.

A seguir: Martha, La Alteña (gentílico de quem nasce na cidade de El Alto), uma maluca que solta gritos de calar todas as Américas. Contra Carmen Rosa, que de rosa só traz espinhos para a vingança. “Sou a mulher-contradição, flor e cutucões”, tenta decifrar-se.

Porrada!!!

Joao Wainer

Cholitas wrestlers of Bolivia

Every Sunday in La Paz, Bolivia, locals and tourists alike are entertained by Cholitas, amazing ladies who seemingly look harmless dressed in huge skirts but put up a mean mean fight with Lucha Libre fighters, males in superhero costumes.

Cholita wrestlers are indigenous Aymara females in traditional bolivian clothes which resemble antiquated Victorian costumes.

Even thought, the whole wrestling action look harmless and mostly play acting. The Cholitas, female wrestlers do get hurt. Her opponent smashed a gate post on her and she really bled real blood.

Self proclaimed win from the cholita wrestler : The judge for the match was terribly biased towards the male opponent, despite throwing the male fighter down several times, this Cholita wrestler officially lost due to extreme biasedness from the judge but that didn’t stop her from a self-proclaimed victory.

Travel Lust



martes, 10 de enero de 2012

Cholitas Luchadoras Made in Bolivia

Mujeres de mediana edad, vistiendo faldas, sombreros y las tradicionales faldas largas, luchan hasta el fin, en uno de los deportes más extraños del mundo – la lucha libre femenina boliviana.

Estas combatientes vestidas extrañamente – en su mayoría madres y amas de casa – son héroes en el país de América del Sur, donde miles de personas se reúnen para ver los episodios cada semana.

Las luchadoras, son conocidas como “Cholitas”, y es extraordinariamente difícil el competir, las mujeres saltan desde las cuerdas, volando por el aire y golpeándose unas a otras con verdadera fuerza.

Lesiones y caras ensangrentadas son comunes – las normas permiten que las combatientes puedan romper cajones de madera sobre las “cabezas de las demás”.

La lucha libre de Cholitas, fue creado por un grupo de madres campesinas hace décadas – como una manera de reivindicación de las mujeres indígenas hacia el machismo los hombres.

La vestimenta de las mujeres luchadoras es la forma común en Bolivia – con sus distintivos diafragmas, medias, chales y sombreros de bombín. Y el deporte es cada vez más popular, hasta ser uno de los deportes con más espectadores en el país de América del Sur.

Las Cholitas, se entrenan dos veces a la semana – con muchas sesiones de entrenamiento en la capital La Paz, las mujeres se golpean entre sí y prueban nuevos movimientos acrobáticos.

Los combates se celebran cada domingo, previo a los campeonatos del prestigioso título de Titanes del Ring de Bolivia.

Una de los combatientes, Ana Polonia Choque, de 40 años, tiene un puesto humilde donde sirve almuerzos, durante la semana en La Paz. Pero, llegado el fin de semana, se sube al ring como Carmen la campeona.

Ana dijo: “Empecé hace diez años, en la lucha libre cuando gané una audición local”. ”Estamos mostrando a los hombres que las mujeres son fuertes también”.

“Mi esposo Oscar no quiere que sea luchadora cuando se pone sangrienta la pelea – pero tener una Cholita, como esposa, es tener mucho prestigio".



Contactos: cholitaswrestling@gmail.com

Cholitas Luchadoras en el Multifuncional de la Ceja de El Alto 2

Es un especta¡culo de lucha libre estilo americano con la mejor adaptacion en los andes bolivianos introduciendo a la chola o mujer de pollera al ring o cuadrilatero de lucha, cholitas wrestling es parte integrante de la asociacion de LOS TITANES DEL RING , que son un grupo de luchadores que tienen una amplia trayectoria en la lucha libre en Bolivia.

Contactos: cholitaswrestling@gmail.com







Cholitas Luchadoras en el Multifuncional de la Ceja de El Alto 1

La lucha libre también es un atractivo que se puede apreciar en esta urbe, cada tarde de domingo en el Multifuncional Heriberto Gutiérrez de La Ceja de El Alto se realizan eventos de lucha libre, donde los ocasionales rivales dan todo de sí para vencer al otro y así ganar los vítores del público asistente.

Mi padre me cuenta que antes existían ya eventos de este tipo y denominados con el nombre de cachascán.

Contactos: cholitaswrestling@gmail.com








jueves, 5 de enero de 2012

Cholitas Luchadoras y su última batalla

Tres mujeres indígenas bolivianas subieron al ring, mostraron sus aptitudes y alcanzaron fama y dinero; pero alguien más ganaba mientras ellas sudaban. Desde La Paz enfrentan hoy una batalla contra el negocio de la lucha comercial.

Carmen Rosa deseaba que su madre fuera luchadora del ring. Deseaba, en realidad, que pudiera defenderse de los golpes que le llovían cada vez que su padre llegaba borracho a su casa. Deseaba también que él ya no tomara alcohol y que sus hermanos se la llevaran a vivir con ellos. Carmen Rosa entonces tenía menos de 12 años y se llamaba Polonia Ana Choque Silvestre.

Son las tres de la tarde y el sol invernal en La Paz brilla pero no calienta. En las empinadas y angostas calles del centro, hombres y mujeres zarandean las caderas en medio de vehículos para no ser atropellados. Vendedoras regordetas, abrigadas de pies a cabeza, están apoltronadas en el suelo con las piernas metidas entre las polleras. Las empinadas calles Sagárnaga, Tarija y Santa Cruz albergan hostales, restaurantes italianos, bares ocultos, comida árabe, tacos, comida chatarra, comida boliviana, negocios de artesanías y agencias de viaje, muchas agencias de viaje.

Casi todas ofrecen turismo extremo. Excursiones por caminos de herradura que recorrieron los incas y descensos en bicicleta desde las cumbres nevadas hasta la zona tropical de La Paz. Otras organizan ascensos de más de seis mil metros de altura, o un safari por las selvas amazónicas. Están aquellas que tienen tours por la ciudad y las que encontraron desde hace algunos años un entretenimiento que impresiona a extranjeros y divierte a nacionales: la lucha libre de cholitas. “¿Qué es una chola?”, pregunta el periodista inglés Toby Muse, alto y de ojos claros, a Carmen Rosa, pequeña, gruesa y tez cobriza. “Es una descendiente indígena, que siempre ha sido discriminada y que ahora sabe hacerse respetar”, responde ella, orgullosa.

Vestida con pollera ancha de satín, zapatos planos como de bailarina de ballet, una manta bordada y un sombrero bombín coquetamente ladeado, la chola es patrimonio de la cultura boliviana. Por las calles de La Paz camina moviendo las polleras al ritmo de sus pasos. Se dice de ella que heredó la vestimenta de la mujer española, de faldones anchos con volados encima de los cancanes, mantilla de colores y adornos vistosos. “Pero todo esto es típico”, asegura Calixta Choque, mostrando su atuendo cotidiano: pollera delgada y una chaqueta de lana (chompa) sobre la que caen un par de trenzas largas y muy negras.

Desde siempre lucir la indumentaria de la chola ha sido símbolo de estatus. La indumentaria suma los topos (broches para cerrar la manta), pesados aretes, anillos y adornos en el sombrero, muchas veces de oro, de plata bañada en oro o de simple fantasía. Ello sin contar las aplicaciones en los dientes —también de oro— que casi todas exhiben cuando sonríen. “No cualquiera puede ser chola, porque no cualquiera puede pagarse una parada”, insiste Calixta. La parada es el conjunto de pollera y manta que cuesta mil 500 bolivianos (más de 200 dólares). Hay sombreros bombín, como el Borsalino italiano, que puede llegar a costar 500 bolivianos (unos 80 dólares) y las joyas sumarían más de mil dólares. Se dice que una chola de verdad puede llevar encima 10 mil dólares, como cuando cambia la manta de colores por una de vicuña original. Pero en Bolivia ser chola no siempre es motivo de orgullo, porque el denominativo suele usarse de manera despectiva, como un insulto.

Polonia se volvió tímida. De golpeador, su padre pasó a ser cristiano evangélico y toda la familia decidió seguir los designios de Dios. Ella se fue a vivir con sus hermanos mayores en la popular zona de Achachicala. Se hizo artesana, hacía pulseras y collares para que los lucieran las señoritas, como les dice ella a las chicas de pantalones de mezclilla apretados y blusas escotadas. No terminó el colegio porque le tocó trabajar y puso un puesto de venta de sus creaciones, en el mismo centro paceño, donde ahora vive. El negocio creció y compró otro espacio, esta vez para vender enchufes y cables.

Pero un buen día se aburrió, y se convirtió en Juana La India y luego en Carmen Rosa. “Yo la conocí siempre así. Le gustaba la lucha libre y me llevaba a mí a mirar, cuando enamorábamos. Yo me sentaba, aburrido, para darle gusto, para que no renegara”, recuerda su pareja, Óscar Cahuasa, pequeño y bonachón, de rostro moreno.

Los domingos son los días del pueblo en La Paz. Las cholitas salen con sus mejores galas a pasear con los enamorados. Algunas prefieren bailar en discotecas modernas, a ritmos de cumbia mezclados con música andina. Otras se sientan en las plazas a comer frutas y maníes (cacahuates), recorren las ferias o van a fiestas populares. Y están las que acuden a espectáculos de lucha libre, instalados en barrios alejados del centro o en la vecina ciudad de El Alto. Allí fue que en 2004 Polonia leyó un día que el gimnasio de luchadores abriría sus puertas “a la gente común” e invitaba a entrenarse. “Yo fui sin dudar”, dice ahora, en el negocio que puso luego de dejar los puestos de artesanías y enchufes, para instalar un quiosco en el que vende comida; en la calle Murillo 826, entre Santa Cruz y Sagárnaga.

A nadie le llamó la atención que cholitas asistieran, ni imaginaron el morbo que despertaría en el público ver volar polleras y enaguas. Comenzaron los entrenamientos, las caídas, los golpes, las llaves. No todas aguantaron, y algunas desistieron por exigencia de sus esposos. “Un día hicimos un show para la prensa, gratis. Vinieron de la tele, de los periódicos, de las radios. Al día siguiente salimos en el diario La Razón”, recuerda Carmen Rosa, que en ese momento se llamaba Juana La India, “orgullo de su raza”, detrás del mostrador de un bar que atiende a mediodía. Rosa La Furiosa, María La Cachuk’ara, Petronila y Juana La India fueron las primeras en salir al ring. Julia La Paceña y Yolanda La Amorosa, ante el retiro de tres de las cuatro originales, entraron a las tablas; todas con hijos, con cuerpos poco atléticos y más de 30 años. Juan Mamani, El Gitano en las luchas, se atribuye el “descubrimiento”. Él fue quien abrió el gimnasio y lanzó la convocatoria, y él era quien pactaba las peleas de las nuevas estrellas. Las cholitas llegaron a Argentina, visitaron varias regiones de Perú e incluso una de ellas —Julia La Paceña— estuvo con Cristina Saralegui en el famoso show de la rubia. Filmaron dos películas con sus historias (Mamachas del ring y Cholita libre) y el vídeo pirata de sus luchas internacionales se vendió como pan caliente.

Domingo. La Ceja de El Alto es un hervidero de gente, la mayoría migrantes indígenas que llegan a la ciudad en busca de días mejores. Desde los cuatro mil metros de altura se ve La Paz, con casitas colgadas en los cerros y edificios gigantes en el centro. Al frente está el nevado Illimani, como pintado, esperando la foto. En las puertas del Multifuncional deportivo, la gente —especialmente niños— se agolpa esperando entrar para ver el espectáculo. Apenas son las dos de la tarde y vendedores de golosinas y cereales tostados dulces rondan como abejas a los futuros comensales. En unas horas más todos entrarán eufóricos a ganar un buen espacio. “Un día nos dimos cuenta que habíamos llegado a la fama porque nos llegaban más y más invitaciones para viajar con todo pagado”, recuerda Carmen Rosa. Y de la mano de ese éxito llegó el dinero. “Las primeras luchas nos pagaban 20 o 30 bolivianos (menos de cinco dólares), luego fue aumentando, pero nos enteramos que en un viaje a Perú le pagaron (al Gitano) mil 200 dólares y él apenas nos dio 200 para que nos repartiéramos entre cuatro. Después supimos que también cobraba por las entrevistas que nosotras dábamos. Yo empecé a descuidar a mi familia. A mi marido no le gustaba que yo luchara y a mis hijos tampoco, peor cuando viajaba. Muchas veces preferí la lucha antes que a ellos”, cuenta Carmen. Pero Óscar, su pareja, ahora es árbitro de las contiendas y lo presentan como Gato Montini. Con el tiempo aprendió que era mejor unirse que oponerse, y la rabia cedió cuando Polonia dejó de ser Juana La India para pasar a ser Carmen Rosa, en honor a su suegra, la madre de Óscar. Con ese nombre ganó el cinturón de campeona.

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Domingo cuatro de julio. En la zona Ocho de Diciembre de La Paz hay una casa multifamiliar en la intersección de las calles Jaimes Freyre y Rosendo Gutiérrez. Es grande, con un patio de cemento al centro y habitaciones alrededor. En la fachada de ladrillo que da a la calle un letrero amarillo de tela anuncia los nombres de luchadores. A la entrada, al lado de la puerta de latón, otro cartel muestra la foto de tres cholitas, “las originales”, anuncia. Hay festival, pero la hora de inicio depende de la cantidad de público que asista. Éste es el nuevo escenario de Carmen Rosa y su amiga Julia La Paceña, abierto a todo aquel que quiera pelear y que no tenga dónde hacerlo. Lo único que no está permitido —aseguran— es la traición. Óscar arma el ring los sábados en la tarde. El cuadrilátero lo compró junto a su pareja, cansado de tener que pagar los 150 bolivianos (poco más de 20 dólares) que le cobraban por el alquiler. “Nos costó como dos mil dólares”, asegura.

Antes de las tres de la tarde del domingo, llega Rebeca Condori junto a su hijo Fernando de siete años para arreglar algunos detalles. Afanada, amarra duros almohadones en las esquinas para amortiguar las caídas de los pesados cuerpos. Luego extiende unas gastadas lonas con el logo de una telefónica en el piso; regalo de aquellos días de éxito cuando filmaron spots publicitarios. Después acomodará unas largas bancas de madera y muchas sillas de fierro para ponerlas alrededor. Más tarde, como Julia La Paceña, le romperá la cabeza a Carmen Rosa con una caja de madera.

Rebeca viene de una estirpe de luchadores. Delgada, de rostro largo y algunas líneas en el rostro, está a punto de cumplir 35 años. Su padre fue luchador y su hermano es luchador. Ella aprendió de ambos hace 12 años, “pero antes no dejaban luchar a las cholitas”. Cuando vio la convocatoria en El Alto fue como si le abrieran las puertas. Desde entonces es La Julia. Contrariamente a la vida de Carmen Rosa, a ella la apoyaron desde el principio sus hijos y hasta su esposo, que trabaja arreglando partes de vehículos. Un día se lastimó la clavícula y el hombre tímido detrás de la famosa le dijo que no luchara más, que no valía la pena, que ellos no tenían seguro de salud. “Pero yo no pude. Cuando miraba luchar a otros, quería meterme y aunque no lo hago por plata, también me gusta ayudar a mi marido”.

Julia fue la que se animó a alquilar el patio de esta casa a su tío, a mediados de este año, cuando ella y Carmen Rosa decidieron ser independientes. Paga por el uso de las sillas y de lunes a viernes alterna sus labores en la casa con la promoción de los festivales dominicales, para que la gente conozca el nuevo lugar de las cholitas luchadoras. Junto a Carmen Rosa manda a imprimir volantes, sale en un auto por los barrios populares a anunciar sus peleas y va a los medios de comunicación mostrando parte del show. La idea es —dice— recuperar al público que las conoció y que ahora piensa que ellas continúan en El Alto, porque les pusieron sus nombres a otras mujeres más jóvenes “que sólo se convierten en cholas los fines de semana”.

Como a las cinco abren la puerta y niños agarrados de papas fritas y golosinas entran desaforados con sus padres. Después de varios minutos, unas 50 personas empiezan a gritar “¡hora!” para que empiece el espectáculo. El Payaso Coco Loco y Salvaje son los primeros en pisar la lona. Alí Farak, el árbitro pequeño y delgado que se parcializa con los rudos, recibe silbidos y le lanzan basuras desde las bancas. Adentro, en los camarines, se vive otra fiesta. Cada luchador se prepara a su modo antes de entrar al cuadrilátero. Algunos, fieles a sus costumbres aymaras, ch’allan (agradecen) a la diosa Pachamama o madre tierra con un poco de cerveza, otros simplemente se concentran. En la segunda pelea aparece Barba Negra. Macizo, de traje rojo, inicia su show insultando al contrincante, un torero panzón de corbata corta, pero el momento cúspide será la tercera pelea.

Carmen Rosa es ruda. Enfundada en una manta guinda y una pollera del mismo color entra agarrando una bandera boliviana, como lo hizo la primera vez que se mostró en Argentina. Sus manos adornadas en oro se agarran de las cuerdas y pese a esos kilos de más, sube con la facilidad de una atleta. Insulta. Grita. Despotrica. “Ellos no son nada”, aúlla en el micrófono, refiriéndose a los hombres. Su contrincante, La Julia, también entra gallarda, aunque no con tanta fuerza como la campeona. Ella es técnica y, esta vez, ganará la partida.

La lucha dura 20 minutos. Puñetazos, saltos, caídas. Un hombre gordo de bigote grueso insulta al fotógrafo que no le deja ver la lucha. Una mujer agarra al árbitro y lo golpea. Sale otro luchador y ayuda a Carmen Rosa. La sangre corre. Gato Montini, el árbitro que entró en lugar de Alí Farak, termina con la camisa destrozada. Cae desde el ring y otro rudo lo mete al camerino a empellones. En el afán, le golpean la cabeza. “Ha sido un buen show”, dirá después, cuando todos celebran el cumpleaños de Farak con un pedazo de pan guardado.

Como a las siete de la noche todo ha terminado. Los luchadores se quitan las máscaras, envuelven los trajes; Benita se saca las polleras y se pone los pantalones de mezclilla. Tiene 29 años y estudia enfermería. “Mi madre es de pollera, pero yo no puedo ir así a la universidad, porque todavía hay discriminación”, reclama. Dice Carmen Rosa que de las casi 20 cholitas que se dedican a este deporte —la mayoría en El Alto, con El Gitano— sólo tres son “originales”. El resto son “señoritas que se disfrazan. Hay tan pocas que incluso hay una que entra con una máscara, pero en realidad es un hombre con el pelo largo”.

El quiosco donde Polonia prepara su comida es pequeño. Está dentro de una casa antigua, de dos patios, donde vive con su esposo y sus hijos, Lucía Corina (23) y Bismarck (17), también luchador. La mujer gallarda y elegante ha quedado oculta detrás de un delantal y un gorro blanco que esconde esporádicas canas. Los lunares que ayer lucían coquetos al lado de sus ojos ahora están detrás de un par de gafas. Entre ollas, platos y fuentes de plástico, la mujer empieza su jornada a las seis de la mañana. De lunes a viernes prepara comida para 70 comensales y al nacer la tarde se encarga de recoger todo, cobrar y asear el lugar. Los sábados después del mediodía se va a los entrenamientos, casi siempre con ropa vistosa, porque los periodistas continúan llamándole.

Rebeca también deja los golpes para los fines de semana. Los demás días es la mamá de dos chicos, a los que les gusta verla pelear. Le encanta bailar morenada, el ritmo folklórico donde nuevamente la chola luce sus mejores galas y se mueve como arrastrando los pies al ritmo de una banda. Quizá este placer sea el único que puede compararse al que siente cuando sube al cuadrilátero. A este dúo hasta ahora inseparable se supone que debería sumarse Yolanda La Amorosa. Alta, de manos largas y rostro agraciado, ella ha preferido continuar sus luchas en El Alto. La conocí un sábado que llegó a entrenar junto con sus amigas en la casona del barrio Ocho de Diciembre; es la más animada y la más bromista de las tres. Cuando se juntan, el típico grito paceño de “¡yaaaa!” se oye cada vez que termina una frase. Tanto Carmen Rosa como Julia esperan que en algún momento ella vuelva para formar un trío imbatible, pero entre broma y broma La Amorosa dice que por el momento gana más junto al Gitano.

Polonia tiene ya 40 años y piensa en el retiro. En abril fue candidata a cuarta concejal por su ciudad, invitada por Lino Villca, un ex aliado de Evo Morales. No obtuvo muchos votos, pero pretende seguir en la carrera política. Quiere terminar el colegio para dejar de engrosar las odiosas estadísticas que dicen que la mayoría de las mujeres indígenas no logra terminar el colegio ni una carrera por falta de oportunidades. Pero también quiere formar a nuevas luchadoras, cholitas jóvenes que ocupen su lugar cuando se vaya. Julia en cambio piensa seguir luchando hasta que el cuerpo se lo permita. “La Carmen ya tiene 40 y está muy bien”, sonríe. Para ella el sueño es seguir viajando, consolidar esta pequeña empresa y hacer una asociación de luchadores justa, que tengan seguro de salud y donde sean tratados como se merecen.

Ninguna de ellas vive estrictamente de la lucha libre. Saben que sería imposible. Un luchador famoso cobra 300 bolivianos (más de 40 dólares) por asistir a un festival y los más jóvenes todavía deben trabajar duro para aprender a dar el espectáculo que el público exige. Mientras tanto, Carmen Rosa está dispuesta a dar pelea, y Polonia a ayudarla.

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