Las trenzas largas y las polleras al aire, una indumentaria típica regional, contrastan con el escenario: un hexágono de lucha libre.
Saltos desde las cuerdas, llaves, torniquetes y patadas voladoras forman parte del inusitado espectáculo que realizan sobre el ring las cada vez más famosas 'cholitas luchadoras' frente a un público desbordante de entusiasmo que apoya a la 'Simpática Ángela' frente a las embestidas feroces de 'Benita, la Intocable'.
'Benita' y 'Ángela' son la atracción central del 'catchascán' (una adaptación boliviana de la expresión del inglés catch as can, atrapa como puedas), un singular espectáculo que recorre los barrios más populares de Bolivia y en el que estas intrépidas mujeres, al igual que los hombres, se alinean para protagonizar sobre el ring la eterna dicotomía entre el bien y el mal, entre la técnica y la ruda, entre la favorita del público y la abominada, que despierta las pasiones y recibe gustosa las andanadas verbales de los espectadores.
Ellas han llegado al barrio El Tejar -en el norte de la capital, La Paz, habitado principalmente por comerciantes de mercancías al menudeo-, donde las esperan un ring hexagonal y unos 200 espectadores que las siguen desde las rústicas graderías de cemento.
Un improvisado animador toma el micrófono y a través de altoparlantes anuncia el ingreso de las luchadoras, que entran al campo deportivo al ritmo de la morenada, una música andina estilizada que es herencia de la saya, el baile de los esclavos africanos que llegaron a Bolivia.
En el cuadrilátero, 'Benita' y 'Ángela' visten polleras, faldas aymaras anchas de varios pliegues y los tradicionales sombreros que usan algunas comunidades indígenas andinas, tipo bombín.
'Benita' es ruda y prefiere las patadas y los puñetazos, mientras que 'Ángela', más técnica, opta por los saltos, las llaves de mano y las tijeras voladoras (las piernas enganchadas al cuello) para derribar a su oponente.
Desde los primeros forcejeos 'Ángela' se gana el corazón de los asistentes, quienes gritan, enloquecidos de fervor,cuando esta, en el clinch, doblega momentáneamente a su adversaria. 'Benita' sólo cosecha silbidos, que responde con el pulgar hacia abajo y gritando: "¡Voy a matar a esta chola cochina!".
Pero tras 15 minutos de combate es 'Ángela' quien gana y sale por el patio aplaudida, mientras que decenas de niños se arremolinan alrededor de ella para abrazarla.
Exhibe orgullosa una pequeña herida en la frente, producto de una patada, como para mostrar al público que la pelea es en serio.
"Me gusta lo que pelean, siempre he visto esto", dice José Luis Mamani, un niño de 10 años que se ha deleitado con el show.
Saltos desde las cuerdas, llaves, torniquetes y patadas voladoras forman parte del inusitado espectáculo que realizan sobre el ring las cada vez más famosas 'cholitas luchadoras' frente a un público desbordante de entusiasmo que apoya a la 'Simpática Ángela' frente a las embestidas feroces de 'Benita, la Intocable'.
'Benita' y 'Ángela' son la atracción central del 'catchascán' (una adaptación boliviana de la expresión del inglés catch as can, atrapa como puedas), un singular espectáculo que recorre los barrios más populares de Bolivia y en el que estas intrépidas mujeres, al igual que los hombres, se alinean para protagonizar sobre el ring la eterna dicotomía entre el bien y el mal, entre la técnica y la ruda, entre la favorita del público y la abominada, que despierta las pasiones y recibe gustosa las andanadas verbales de los espectadores.
Ellas han llegado al barrio El Tejar -en el norte de la capital, La Paz, habitado principalmente por comerciantes de mercancías al menudeo-, donde las esperan un ring hexagonal y unos 200 espectadores que las siguen desde las rústicas graderías de cemento.
Un improvisado animador toma el micrófono y a través de altoparlantes anuncia el ingreso de las luchadoras, que entran al campo deportivo al ritmo de la morenada, una música andina estilizada que es herencia de la saya, el baile de los esclavos africanos que llegaron a Bolivia.
En el cuadrilátero, 'Benita' y 'Ángela' visten polleras, faldas aymaras anchas de varios pliegues y los tradicionales sombreros que usan algunas comunidades indígenas andinas, tipo bombín.
'Benita' es ruda y prefiere las patadas y los puñetazos, mientras que 'Ángela', más técnica, opta por los saltos, las llaves de mano y las tijeras voladoras (las piernas enganchadas al cuello) para derribar a su oponente.
Desde los primeros forcejeos 'Ángela' se gana el corazón de los asistentes, quienes gritan, enloquecidos de fervor,cuando esta, en el clinch, doblega momentáneamente a su adversaria. 'Benita' sólo cosecha silbidos, que responde con el pulgar hacia abajo y gritando: "¡Voy a matar a esta chola cochina!".
Pero tras 15 minutos de combate es 'Ángela' quien gana y sale por el patio aplaudida, mientras que decenas de niños se arremolinan alrededor de ella para abrazarla.
Exhibe orgullosa una pequeña herida en la frente, producto de una patada, como para mostrar al público que la pelea es en serio.
"Me gusta lo que pelean, siempre he visto esto", dice José Luis Mamani, un niño de 10 años que se ha deleitado con el show.
Así comenzaron
Las peleas de las cholitas luchadoras han comenzado a extenderse por este país andino.
El fenómeno, que empezó hace casi ocho años cuando los luchadores masculinos, desesperados por atraer más público a sus espectáculos, decidieron subir a mujeres al ring. Nelson Calle, un veterano promotor, explica que las primeras peleas se dieron en
El Alto, ciudad-dormitorio de La Paz, de un millón de habitantes, a más de 4.000 m de altitud y de mayoría aymara.
"En el 2003, vi a mujeres de pollera pelear en una calle de El Alto; me llamó la atención que la gente se arremolinara, pero nadie se animara a mediar entre ellas o a defenderlas. Ahí se me ocurrió la lucha de cholitas", dice Calle.
De ahí, no pasó mucho tiempo para que el espectáculo comenzara a popularizarse, al punto de que en las ciudades de El Alto y La Paz, las más pobladas de Bolivia, ya hay al menos ocho grupos de cholitas luchadoras, que se presentan con sobrenombres de batalla sugestivos, como 'Juanita, la cariñosa', 'Elizabeth Rompecorazones', 'Jennifer Dos Caras', 'Marta, la Alteña', 'Remedios, la misteriosa' o 'Silvina, la Poderosa'.
La otra 'Benita'
Las luchadoras suelen ser amas de casa o comerciantes, explica el promotor Calle.
Cada luchadora, dependiendo de su calidad técnica, cobra por noche de espectáculo entre 100 y 200 bolivianos (el equivalente a una suma entre 14 y 28 dólares), mientras que los espectadores pagan por cada boleta de ingreso entre 10 y 15 bolivianos (1,4 y 2 dólares).
La lucha libre o el 'catchascán' llegó a fines de la década del 60, cuando las películas mexicanas despertaron la afición nacional por héroes como Santo, el enmascarado de plata, Blue Demon y el 'Huracán' Ramírez.
Herederas de ese fenómeno son estas mujeres que se vuelven ídolos en el ring, pero que al salir de allí retoman su condición de mujeres del común. Es el caso de la odiada 'Benita, la intocable', una delicada secretaria de una oficina privada, de 29 años, que se llama Mariela Alvarenga.
Son espectáculos que suelen desplazarse no solo por la capital y sus alrededores, sino por los barrios populares de ciudades secundarias de Bolivia y por poblados rurales. "Estoy luchando desde hace siete años, me gusta, se siente la adrenalina", señala, emocionada, tras la pelea, 'Benita', la intocable'.
JOSÉ ARTURO CÁRDENAS
LA PAZ (BOLÍVIA)
AFP
Las peleas de las cholitas luchadoras han comenzado a extenderse por este país andino.
El fenómeno, que empezó hace casi ocho años cuando los luchadores masculinos, desesperados por atraer más público a sus espectáculos, decidieron subir a mujeres al ring. Nelson Calle, un veterano promotor, explica que las primeras peleas se dieron en
El Alto, ciudad-dormitorio de La Paz, de un millón de habitantes, a más de 4.000 m de altitud y de mayoría aymara.
"En el 2003, vi a mujeres de pollera pelear en una calle de El Alto; me llamó la atención que la gente se arremolinara, pero nadie se animara a mediar entre ellas o a defenderlas. Ahí se me ocurrió la lucha de cholitas", dice Calle.
De ahí, no pasó mucho tiempo para que el espectáculo comenzara a popularizarse, al punto de que en las ciudades de El Alto y La Paz, las más pobladas de Bolivia, ya hay al menos ocho grupos de cholitas luchadoras, que se presentan con sobrenombres de batalla sugestivos, como 'Juanita, la cariñosa', 'Elizabeth Rompecorazones', 'Jennifer Dos Caras', 'Marta, la Alteña', 'Remedios, la misteriosa' o 'Silvina, la Poderosa'.
La otra 'Benita'
Las luchadoras suelen ser amas de casa o comerciantes, explica el promotor Calle.
Cada luchadora, dependiendo de su calidad técnica, cobra por noche de espectáculo entre 100 y 200 bolivianos (el equivalente a una suma entre 14 y 28 dólares), mientras que los espectadores pagan por cada boleta de ingreso entre 10 y 15 bolivianos (1,4 y 2 dólares).
La lucha libre o el 'catchascán' llegó a fines de la década del 60, cuando las películas mexicanas despertaron la afición nacional por héroes como Santo, el enmascarado de plata, Blue Demon y el 'Huracán' Ramírez.
Herederas de ese fenómeno son estas mujeres que se vuelven ídolos en el ring, pero que al salir de allí retoman su condición de mujeres del común. Es el caso de la odiada 'Benita, la intocable', una delicada secretaria de una oficina privada, de 29 años, que se llama Mariela Alvarenga.
Son espectáculos que suelen desplazarse no solo por la capital y sus alrededores, sino por los barrios populares de ciudades secundarias de Bolivia y por poblados rurales. "Estoy luchando desde hace siete años, me gusta, se siente la adrenalina", señala, emocionada, tras la pelea, 'Benita', la intocable'.
JOSÉ ARTURO CÁRDENAS
LA PAZ (BOLÍVIA)
AFP
Fuente El Tiempo
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