Es tarde de domingo en La Paz y ya se percibe el aburrimiento. Por alguna razón, y en casi todos los países del mundo, las tardes de domingo son siempre así. Abúlicas, perezosas, lentas. Intento romper esa dinámica yéndome a la Ceja en El Alto, un suburbio a media hora de La Paz. No hace mucho que he leído algo sobre las cholas luchadoras. Me llama la atención y voy al espectáculo. En realidad se trata de una mezcla de lucha americana con lucha libre mexicana pero aplicada a Bolivia. Las estrellas son sin duda las cholas. Previamente hay un calentamiento del personal con personajes que salen a luchar histriónicamente pero todos esperan el momento en el que con sus faldas y su gorro tradicional saltan al ring dispuestas a comerse al mas pintado. Sale dos cholas, una de ellas enana, y comienzan los golpes. El rufián empieza a golpear a la enana, luego la emprende a golpes con la otra. Salta la sangre por todas partes, el publico está indignado. De repente, las cholas se recuperan y le dan su merecido al malo. El público grita enfervorizado. El espectáculo es fotogénico y violento. Me produce sentimientos encontrados. El público en cambio no tiene duda, todos apoyan el show sin excepción. Gritan, cantan y en algunas ocasiones incluso tiran cosas a los luchadores.
Ya de noche, salgo recordando los últimos golpes en el ring. Llego al hotel y me pruebo la máscara de luchador que me he comprado. No termino de ver mi futuro como luchador. Me fumo el puro de La Paz. Cuando amanece ya es lunes, pero no un lunes cualquiera. Es el lunes en el que tengo que decidir la parte final de mi viaje. Pero no lo decido yo, lo decide una compañía de seguros negándome mi última posibilidad de tener uno para Ecuador, Perú y Colombia y por tanto cortando mi proyecto inicial de seguir la Panamericana hasta el final. Pongo en marcha el plan B que consiste en volver a Buenos Aires atravesando Paraguay y visitando Iguazú en Brasil. Trato de superar la decepción viendo la parte positiva. Al menos no tendré que preocuparme de repatriar al Falcon.
Salgo escopetado hacia Santa Cruz, territorio camba. Me costará alcanzarla un par de días y eso que lo peor llegará después. Entre Santa Cruz y Camiri, reviento una rueda contra una piedra. La cambio en mitad de la noche con la luz de la linterna. Continuo viaje pero el coche tiembla mucho y no lo puedo pasar de 50 km/h. De pronto, aparece una vaca tumbada en mitad de la carretera. Frenazo, volantazo y golpeo el Falcon contra la vaca. Me temo lo peor pero ambos resultan milagrosamente ilesos. Pienso que de no haber reventado la rueda y haberme obligado a reducir la velocidad igual no lo hubiese contado. Esa noche fue dura. Llego ya tarde a Camiri y me voy a dormir extenuado sin probar bocado. Al día siguiente seguiré con la mala racha. Enfilando la frontera de Paraguay desde Boyuibe me quedo encallado con las ramas de un árbol. Aparece Clemente, un muchacho campesino que me ayuda a sacarlo pero unos metros mas adelante vuelvo a sumergirme en el fango. Despido a Clemente que tiene que irse a ordeñar sus vacas y me quedo unas horas esperando. No pasa nadie. Estoy deshidratado y bebo agua de una charca. Me pican los mosquitos. Ni siquiera pienso que estoy en el epicentro de la “zona dengue”. Me da igual. Sólo quiero sacar el Falcon del barro. El sol está ya muy bajo cuando aparece Ronald mas conocido como “gauchito” que me saca del apuro con su coche. Va descalzo y medio desnudo. Huele a de todo. Pero es una máquina recorriendo el camino. Con su amigo Gabriel son capaces de sortear cualquier obstáculo. “Mas adelante el camino está impracticable” - me comentan. Ellos vienen de la frontera y es imposible avanzar así que no me queda mas remedio que volver por donde he venido. Todo el día perdido. Formamos una caravana de tres coches. Por el camino nos vamos ayudando. Voy sin rueda de repuesto pero afortunadamente no pincho. Llegamos tarde a Boyuibe, ya anochecido, pero llegamos. Reconozco que Bolivia me tiene quemado. Piedras en el camino, pinchazos, barro, baches, ríos desbordados. Realmente una aventura. Pero me tiene quemado. Me ha llevado al límite en varias ocasiones. Bolivia me gusta pero me agota.
Al día siguiente tomo un camino alternativo por Villazón, mas largo pero en mejor estado. En un momento dado creo que todo se acaba. Hay barro y un camión medio atrapado pero meto primera y a base de volante consigo salvar la situación. Luego solo me queda aguantar varias horas de lluvia e incertidumbre hasta que llego a Paraguay.
Fuente Oliveriada
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