martes, 21 de diciembre de 2010

El nuevo atractivo turístico de La Paz: Cholitas en el ring

Llegó la hora de Yolanda "La Amorosa". La luchadora, de menos de 30 años, camina hacia el ring con la elegancia de una actriz que llega al Festival de Cannes. Levanta la mano para saludar a su público, que la aplaude, le grita, la alienta, le chifla, le exige. Camina lento, con estirpe real y bambolea su faldón rosa. No parece una luchadora ruda, sino más bien una princesa inca. Tiene los ojos achinados, la nariz fina -a pesar del puñetazo que más tarde supe que le pegó su padre-, los labios grandes y el pelo azabache. Lleva una mantilla tejida a crochet y aros que parecen de oro, y que se quitará antes de luchar. Yolanda La Amorosa sube al ring y le muestra a sus seguidores lo que ellos quieren ver: puños cerrados y cara de mala.

Es domingo en el Multifuncional de El Alto, el gimnasio a 3.900 metros de altura que funciona como sede de la lucha de cholas, el nuevo hit turístico de La Paz. Hombres contra mujeres y mujeres contra mujeres se convierten en titanes del ring. Hace seis años la Asociación Boliviana de Cachacascán sumó mujeres a su staff de luchadores profesionales. Los hombres protestaron y cuando les tocaba pelear con las cholas les pegaban más fuerte de lo que normalmente se pega en esta lucha, que tiene mucho de acrobacia y algo de lucha. Ellas aguantaron, pusieron hielo en los moretones y se hicieron un lugar en este ambiente. Como se hacen un lugar en el machismo paceño de cada día.

Hoy son más de 10 luchadoras que lograron que el cachacascán boliviano llegara al Show de Cristina en Miami, al National Geographic, a diarios españoles y alemanes; a la pantalla grande. El filme Cholita Libre, que retrata la vida y la lucha de cuatro bolivianas ganó recién el Festival de Cine y Mujer en Argentina.

El año pasado se estrenó el documental Mamachas del ring, de la estadounidense Betty M. Park, que cuenta la historia de Carmen Rosa La Campeona, que un día se encontró frente al ultimátum de su marido: "O la lucha o tu familia".

La Lucha en El Alto
El Multifuncional queda en El Alto, la ciudad dormitorio que está unos pocos kilómetros arriba de La Paz y donde vive un millón de personas que todos los días va a trabajar a la capital. En El Alto hace más frío, la vista de la cordillera Real es mejor y en política no hay grises: todos apoyan a Evo, el presidente que lucha por los derechos de los aymaras.

El gimnasio está a tope de locales y turistas. Unos alientan a grito vivo y los otros, con cámaras y filmadoras. Arranca la pelea. Yolanda y El Cobarde se abrazan como si se quisieran, pero luchan. Se pegan, se muerden, se escupen gelatina, se tiran agua, se parten sillas por la cabeza, se arañan. Y cuidado quien esté cerca, cuando la lucha se sale del ring, puede llegar una patada o chorro de agua, como le pasó recién a la rubia con cara de holandesa y con tanta bronca que está a punto de meterse a la lucha.

El Cobarde toma a Yolanda por sus trenzas de chola y la arrastra por el piso. Hasta que ella consigue pararse, le hace una toma exitosa y lo neutraliza. Después, trepa a una punta del cuadrilátero y vuela.

Vuela como una paloma de la paz, pero con la furia de un león al ataque. Uno de los poderes de las cholas luchadoras es que pueden volar. Igual que los superhéroes. El vuelo es corto y el aterrizaje, brusco, sobre la espalda de El Cobarde, que termina knock out.

Cuando el padre de Yolanda "La Amorosa" se enteró que su hija mayor estaba luchando en un cuadrilátero, le dio un puñetazo en la nariz. Le dijo, muy enojado, que no quería que siguiera sus pasos. A ella no le importó el puñetazo o quizás lo entendió como un impulso para seguir. Y siguió. Entrenó hasta convertirse en una de las luchadoras más aclamadas del Multifuncional de El Alto. Ahora mismo, sus fans la aplauden, porque su contrincante no puede levantarse.

Las luchadoras tienen entre 27 y 45 años, algunas con hijos y casi todas sin marido. Todas de raza aymara. Pelean con falda, trenzas -que no son postizas como algunos creen- y balerinas. Carmen Rosa La Campeona, Marta La Alteña, Julia La Paceña, Yolanda La Amorosa fueron las primeras luchadoras profesionales de catch. Y Juan Mamaní El Gitano, su primer entrenador, el que inventó el catch con falda.

Las siguen Elizabeth La Robacorazones, Juanita La Cariñosa, Angela La Simpática, los nombres son dulces, pero ellas pegan fuerte. También están Claudina La Mala y Jennifer Dos Caras, que se puso Jeni por su mamá; fer, por ferocidad; y Dos Caras por sus dos vidas, una sobre el ring y otra abajo. Pero todos la llaman Loca.

La lucha sigue y, después de un par de horas, se repite a sí misma. La Loca revolea por el aire a Julia La Paceña cuando salgo a la puerta del Multifuncional. Atardeció y en La Paz se encendieron millones de luces al fondo de la olla inmensa, como se ve esta ciudad desde arriba.

Yolanda "La Amorosa" está tomando aire después de su triunfo. Se puso una chaqueta de seda blanca y negra. Me acerco y le pregunto cuál es su nombre.

"Veraluz Cortés Hidalgo", responde. Yolanda es por una tía a la que quería mucho. Mientras habla, veo que tiene un tajo en la sien y la pera machucada, debe ser por el golpe de recién. "Me aplico ungüentos de coca, chilca, hiel de toro para calmar el dolor". Al principio, cuando Yolanda luchaba, le pegaba a un hombre que la traicionó. Después se dio cuenta de que llevaba la lucha en la sangre. De día trabaja en una clínica deportiva, con pantalones y blusa. De noche cuida a sus hijas, dos veces por semana entrena, y el domingo, lucha. Lucha porque es su pasión, lucha por los niños, lucha porque en Bolivia, las cholas son capaces de todo.
Fuente La Tercera

Luchas de trenza contra trenza y pollera contra pollera en Bolivia

En El Alto y La Paz, ya hay ocho grupos de 'cholitas luchadoras'.

Las trenzas largas y las polleras al aire, una indumentaria típica regional, contrastan con el escenario: un hexágono de lucha libre.

Saltos desde las cuerdas, llaves, torniquetes y patadas voladoras forman parte del inusitado espectáculo que realizan sobre el ring las cada vez más famosas 'cholitas luchadoras' frente a un público desbordante de entusiasmo que apoya a la 'Simpática Ángela' frente a las embestidas feroces de 'Benita, la Intocable'.

'Benita' y 'Ángela' son la atracción central del 'catchascán' (una adaptación boliviana de la expresión del inglés catch as can, atrapa como puedas), un singular espectáculo que recorre los barrios más populares de Bolivia y en el que estas intrépidas mujeres, al igual que los hombres, se alinean para protagonizar sobre el ring la eterna dicotomía entre el bien y el mal, entre la técnica y la ruda, entre la favorita del público y la abominada, que despierta las pasiones y recibe gustosa las andanadas verbales de los espectadores.

Ellas han llegado al barrio El Tejar -en el norte de la capital, La Paz, habitado principalmente por comerciantes de mercancías al menudeo-, donde las esperan un ring hexagonal y unos 200 espectadores que las siguen desde las rústicas graderías de cemento.

Un improvisado animador toma el micrófono y a través de altoparlantes anuncia el ingreso de las luchadoras, que entran al campo deportivo al ritmo de la morenada, una música andina estilizada que es herencia de la saya, el baile de los esclavos africanos que llegaron a Bolivia.

En el cuadrilátero, 'Benita' y 'Ángela' visten polleras, faldas aymaras anchas de varios pliegues y los tradicionales sombreros que usan algunas comunidades indígenas andinas, tipo bombín.

'Benita' es ruda y prefiere las patadas y los puñetazos, mientras que 'Ángela', más técnica, opta por los saltos, las llaves de mano y las tijeras voladoras (las piernas enganchadas al cuello) para derribar a su oponente.

Desde los primeros forcejeos 'Ángela' se gana el corazón de los asistentes, quienes gritan, enloquecidos de fervor,cuando esta, en el clinch, doblega momentáneamente a su adversaria. 'Benita' sólo cosecha silbidos, que responde con el pulgar hacia abajo y gritando: "¡Voy a matar a esta chola cochina!".

Pero tras 15 minutos de combate es 'Ángela' quien gana y sale por el patio aplaudida, mientras que decenas de niños se arremolinan alrededor de ella para abrazarla.

Exhibe orgullosa una pequeña herida en la frente, producto de una patada, como para mostrar al público que la pelea es en serio.

"Me gusta lo que pelean, siempre he visto esto", dice José Luis Mamani, un niño de 10 años que se ha deleitado con el show.
Así comenzaron

Las peleas de las cholitas luchadoras han comenzado a extenderse por este país andino.

El fenómeno, que empezó hace casi ocho años cuando los luchadores masculinos, desesperados por atraer más público a sus espectáculos, decidieron subir a mujeres al ring. Nelson Calle, un veterano promotor, explica que las primeras peleas se dieron en
El Alto, ciudad-dormitorio de La Paz, de un millón de habitantes, a más de 4.000 m de altitud y de mayoría aymara.

"En el 2003, vi a mujeres de pollera pelear en una calle de El Alto; me llamó la atención que la gente se arremolinara, pero nadie se animara a mediar entre ellas o a defenderlas. Ahí se me ocurrió la lucha de cholitas", dice Calle.

De ahí, no pasó mucho tiempo para que el espectáculo comenzara a popularizarse, al punto de que en las ciudades de El Alto y La Paz, las más pobladas de Bolivia, ya hay al menos ocho grupos de cholitas luchadoras, que se presentan con sobrenombres de batalla sugestivos, como 'Juanita, la cariñosa', 'Elizabeth Rompecorazones', 'Jennifer Dos Caras', 'Marta, la Alteña', 'Remedios, la misteriosa' o 'Silvina, la Poderosa'.

La otra 'Benita'

Las luchadoras suelen ser amas de casa o comerciantes, explica el promotor Calle.

Cada luchadora, dependiendo de su calidad técnica, cobra por noche de espectáculo entre 100 y 200 bolivianos (el equivalente a una suma entre 14 y 28 dólares), mientras que los espectadores pagan por cada boleta de ingreso entre 10 y 15 bolivianos (1,4 y 2 dólares).

La lucha libre o el 'catchascán' llegó a fines de la década del 60, cuando las películas mexicanas despertaron la afición nacional por héroes como Santo, el enmascarado de plata, Blue Demon y el 'Huracán' Ramírez.

Herederas de ese fenómeno son estas mujeres que se vuelven ídolos en el ring, pero que al salir de allí retoman su condición de mujeres del común. Es el caso de la odiada 'Benita, la intocable', una delicada secretaria de una oficina privada, de 29 años, que se llama Mariela Alvarenga.

Son espectáculos que suelen desplazarse no solo por la capital y sus alrededores, sino por los barrios populares de ciudades secundarias de Bolivia y por poblados rurales. "Estoy luchando desde hace siete años, me gusta, se siente la adrenalina", señala, emocionada, tras la pelea, 'Benita', la intocable'.

JOSÉ ARTURO CÁRDENAS
LA PAZ (BOLÍVIA)
AFP
Fuente El Tiempo

La Lucha Libre de "cholas", todo un éxito en Bolivia

La Paz, (AFP) - Trenzas largas y polleras al aire, saltos desde las cuerdas, torniquetes y patadas forman parte del espectáculo de lucha libre que realizan sobre el ring las 'cholitas luchadoras' frente a un público que apoya a la 'Simpática Angela' frente a las embestidas de 'Benita, la Intocable'. 'Benita' y 'Angela' son la atracción central del catchascán, un espectáculo de lucha que recorre los barrios más populares de Bolivia y en el que estas intrépidas mujeres, al igual que en el caso de los hombres, se alinean para protagonizar sobre el ring la eterna dicotomía entre el bien y el mal.


Ellas han llegado al barrio El Tejar -en el norte de La Paz, habitado principalmente por comerciantes al menudeo-, donde las espera un ring hexagonal y unos 200 espectadores que las siguen desde graderías de cemento.

Un improvisado animador toma el micrófono y a través de altoparlantes anuncia el ingreso de las luchadoras, que entran al campo deportivo al ritmo de la morenada, una música andina estilizada que copia a la saya, el baile de los esclavos africanos que llegaron a Bolivia.

Benita y Angela visten polleras, faldas aymaras anchas de varios pliegues y sombreros tipo bombín.

Benita es ruda y prefiere las patadas y los puñetazos, mientras que Angela, más técnica, opta por los saltos, las llaves de mano, y las tijeras voladoras (pies enroscados al cuello) para derribar a su oponente.

Ya en los primeros forcejeos Angela se gana el corazón de los asistentes, quienes gritan enfervorizados cuando en el 'clinch' doblega temporalmente a su adversaria.

Benita sólo cosecha silbidos, que responde con el pulgar hacia abajo y gritando: "¡voy a matar a esta chola cochina!".

Pero tras 15 minutos de combate es Angela quien gana y sale por el patio aplaudida, mientras que decenas de niños se arremolinan alrededor de ella para abrazarla.

Exhibe orgullosa una pequeña herida en la frente, producto de una patada, como para mostrar al público que la pelea es en serio.

"Me gusta lo que pelean, siempre he visto esto", dice a la AFP José Luis Mamani, un niño de 10 años que se ha deleitado con el show.

Las peleas de las cholitas luchadores han comenzado a extenderse por el país, un fenómeno que empezó hace casi 8 años cuando los luchadores varones, desesperados por atraer más público, decidieron subir a mujeres al ring.

Nelson Calle, un veterano promotor, explica a la AFP que las primeras peleas se dieron en El Alto, ciudad-dormitorio de La Paz de un millón de habitantes a más de 4.000 m de altitud y de mayoría aymara.

En 2003 "vi a mujeres de pollera pelear en una calle de El Alto; me llamó la atención que la gente se arremolinara pero nadie se animara a mediar o a defenderlas. Ahí se me ocurrió la lucha de cholitas", dice Calle.

El espectáculo comenzó a popularizarse al punto de que en las ciudades de El Alto y La Paz, las más pobladas de Bolivia, ya hay al menos 8 grupos de 'cholitas luchadoras', que presentan nombres tan sugestivos como 'Juanita, la cariñosa', 'Elizabeth Rompecorazones','Jennifer Dos Caras', 'Marta, la Alteña', 'Remedios, la misteriosa' o 'Silvina, la poderosa'.

Son espectáculos que suelen desplazarse por barrios populares de Bolivia y poblados rurales.

"Estoy luchando desde hace 7 años, me gusta, se siente la adrenalina", señala a la AFP tras la pelea 'Benita, la intocable'

Las luchadoras suelen ser amas de casa o comerciantes, explica el promotor Calle.

Cada luchadora, dependiendo de su calidad técnica, cobra por noche de espectáculo entre 100 y 200 bolivianos (entre 14 y 28 dólares), mientras que los espectadores pagan por cada boleto de ingreso entre 10 y 15 bolivianos (1,4 y 2 dólares).

La lucha libre o el "catchascán" (una variación del inglés 'catch as can' (atrapa como puedas) llegó a fines de la década del 60, cuando películas mexicanas idolatraban a 'El Santo', 'Blue Demon' o 'Huracán Ramírez'.
Y herederas de ese fenómeno, la tradición la perpetúan mujeres como 'Benita la Intocable, que se hace odiar en el ring, pero que al salir de allí se convierte en la gentil secretaria de una oficina privada de 29 años y que se llama Mariela Alvarenga.
Fuente El Espacio

Mujeres Luchadoras bolivianas



2010 fue un año de muchas sorpresas con la Revelación de féminas luchadoras entre ellas están: Pili y las cholitas Ángela y la pequeña Lorenita.

¡Bolivia país donde existen la mejor Lucha Libre de mujeres!

jueves, 9 de diciembre de 2010

Cholitas Wrestling, made in Bolivia





Bolivia siente, vive y respira la Lucha Libre de las Cholitas Wrestling...

Afiches de las Cholitas Wrestling



Afiches de las Cholitas Luchadoras junto al Grupo LIDER, en este grupo luchan Juanita, Ángela, Celia, Reyna Torrez, etc.
Los afiches le pertenecen a los meses de septiembre de 2009 y abril de 2010.
Fuente Qhacer.com

martes, 16 de noviembre de 2010

Chola qué tal

Evo Morales (y la chompa que luce habitualmente en actos oficiales) marcó un antes y un después en la revalorización de las culturas de los indígenas bolivianos. Entre los aspectos más visibles se cuentan las cholas, esas mujeres andinas de pollera, botas, mantillas y bombín. Radar estuvo en La Paz y entrevistó a modistos, reinas de la belleza, intelectuales y hasta una luchadora chola de catch para entender la dimensión del fenómeno de la moda que se remonta a las imposiciones españolas sobre las colonias, delata la astucia de los indígenas para mantener su identidad y revela el verdadero tesoro simbólico de esas polleras.

Por Nicolas G. Recoaro

La chola boliviana viste su historia –la otra historia–, esa historia morena que se escribe en los mercados y las callecitas empinadas del Tíbet sudamericano. “Las cholitas van a seguir usando sus polleras y sombreros porque visten nuestra cultura en sus ropas. Aunque venga la moda europea o americana, las cholas nunca van a dejar de vestir su elegancia, y para que desaparezca esta moda no tendrían que existir más mujeres de pollera. Pero difícil es eso, es nuestra cultura, nuestra identidad”, explica Luiggi Rodríguez, un sastre paceño que desde hace más de cincuenta años dedica sus días a diseñar faldas y mantillas para cholitas, en su pequeño taller de la calle Comercio, en la peatonal más populosa de la ciudad de La Paz. Una verdadera declaración de principios de la eterna y renovada moda chola.

Porque las mujeres andinas viven en los tiempos de Evo Morales una inusitada revalorización. Y bien lejos de las anoréxicas modelos de las pasarelas de París y Milán, la voluptuosa chola boliviana muestra que es mucho más que una dama con polleras. Pero toda historia tiene su inicio y las palabras de Elvira Choque, una paceñita de largas trenzas y sonrisa dorada, pueden servirnos de epígrafe: “Ser chola es un estilo de vida que lleva harto tiempo comprender”.

¡POLLERUDA!

En su libro El imperio de lo efímero, Gilles Lipovetsky explicaba que “la moda cambia sin cesar, pero en ella no todo cambia”. Lipovetsky lo decía haciendo referencia a la prolongada vida de los kimonos nipones. Pero en estos tiempos de modas descartables y a la carta, parece difícil entender que la ropa de las cholas del siglo XXI tiene más de doscientos años de historia.

La vestimenta chola nació durante los tiempos coloniales, cuando los españoles (por la razón o por la fuerza) obligaron a las indias del Altiplano a abandonar sus atuendos tradicionales para que comenzaran a usar las ropas entonces populares en la península ibérica –la moda chula, después devenida chola–, con polleras a los tobillos, mantillas sevillanas y botas de media caña de tacón alto. Un relato popular del altiplano cuenta que las cholitas terminaron de definir su vestimenta para principios de 1900. El infaltable sombrero hongo fue adoptado por las cholas cuando un vendedor de los varoniles sombreros borsalinos, intentando evitar pérdidas, engatusó a las chicas con la promesa de una segura fertilidad si usaban el sombrero. “Los tiempos harto han cambiado, pero lo mejor es que las señoras usen una falda. Pantalón solamente los varones pueden usar, y las cholas que se ponen pantalón les chupan las piernas, pierde su forma. La cholita tiene que resaltar su forma con la falda, no pantalón”, cuenta Vicente Barrera, un legendario sastre potosino que vistió a buena parte de la burguesía chola de origen aymara que surgió de la mano del comercio, durante la década del ‘40.

La moda chola sobrevivió a las revoluciones liberales y los cimbronazos estéticos del siglo XX. “La mujer de pollera concentra en su atuendo costumbres y características propias del encuentro del Viejo y el Nuevo Mundo. El traje es una simbiosis que comenzó en la época colonial, pero hoy tiene un innegable toque urbano-mestizo. Es más, la chola es la mayor expresión del mestizaje de Bolivia”, arriesga el antropólogo Freddy Maidana. Hija bastarda del choque violento entre las vestimentas de damiselas europeas y mujeres indígenas del altiplano, la moda chola actual luce con orgullo ese híbrido europeo que se amalgamó con la milenaria tradición aymara y quechua, y que terminaron definiendo su toque único en los diseños de muchas de sus prendas. “Cuentan que las cholas dejaron de hablar durante la colonia para tejer, y es en los tejidos donde está inscripta la verdadera historia de nuestro país”, afirma la escritora Virginia Ayllón.

Pero, lamentablemente, la discriminación y el racismo hacia la cultura chola no son mugres que la sociedad boliviana haya podido superar. Los insultos que recibió la chola Silvia Lazarte, presidenta de la última Asamblea Constituyente boliviana, cuando fue abucheada en el recinto por algunos parlamentarios y manifestantes al grito de “Chola ignorante!”, hablan por sí solos. Sin embargo, la chola moderna ha ido ganando su lugar en los diferentes espacios de la realidad política, económica, social y cultural de Bolivia. “El matriarcado boliviano está más vivo que nunca, y todo lo hemos ganado sin dejar de llevar bien puestas nuestras polleras”, cuenta Lidia Rojas, una cholita que estudia derecho en la Universidad Mayor de San Andrés, la casa de estudios pública de la ciudad de La Paz. Los sombreros hongos y las polleras burdeos todavía son minoría entre las ropas que usan los alumnos de la universidad, pero a partir de la llegada de Evo a la presidencia, algunas cosas han empezado a cambiar.

EVO AL GOBIERNO...

Hasta no hace mucho, no era bien visto por la conservadora sociedad boliviana que una chola ingresara a una casa de estudios o a un hotel cinco estrellas. Segregación incomprensible de un país donde el 80% de la población se considera indígena. No obstante, la llegada de Evo Morales a la presidencia marcó un antes y un después en la revalorización de las culturas de los indígenas bolivianos y, obviamente, las cholas y sus polleras no quedaron al margen. “Antes éramos discriminadas por usar polleras, hasta nuestros hijos sentían vergüenza. Pero los tiempos cambian y las mujeres de pollera tenemos el coraje de representar a la chola, de mostrarnos, es una forma de sentir orgullo boliviano”, cuenta Silvia Lazarte, la chola de origen quechua que presidió el último cónclave constituyente.

“Indudablemente estamos viviendo una euforia de la moda indígena. Si hasta diseñadores de Christian Dior o el argentino Martín Churba han lanzado modelos inspirados en la moda chola”, asegura Beatriz Canedo, la diseñadora de alta costura más renombrada de Bolivia. Luego de la inusitada publicidad mediática que recibió la famosa chompa que Evo eligió vestir durante sus giras oficiales, la moda indígena cobró dimensiones impensadas. “Con sus ropas, Evo busca instalar un protocolo descolonizador, un dispositivo crítico. El presidente muestra la pluralidad que vive en la sociedad boliviana”, expresa el sastre Luiggi Rodríguez. En sintonía con la promoción de los valores indígenas que hace Morales, las cholas iniciaron su propio destape en las calles, en fiestas populares y en las pasarelas, donde lucen vistosos trajes que no escapan al glamour de la moda más refinada. Y la Fiesta del Gran Poder es el evento donde la chola paceña muestra todo ese glamour.

... CHOLAS AL GRAN PODER

Bolivia sueña desde hace años con recuperar sus costas al océano Pacífico, pero parecería que con el mar multicolor de cholitas que inunda las calles paceñas durante los festejos del Gran Poder, el litigio marino queda en un segundo plano, aunque sea por algunas horas. La Fastuosa Entrada del Señor del Gran Poder es la fiesta popular y religiosa más importante de La Paz. Durante el primer fin de semana de junio, miles de bailarines y músicos toman la urbe por asalto. “El Gran Poder representa la toma de la ciudad por parte de los indígenas del altiplano. Pero además, la fiesta se ha transformado en la vidriera que anticipa las nuevas tendencias de la moda chola”, explica el sastre Rodríguez.

En las calles que rodean el Cementerio General paceño, miles de cholitas corren ultimando los detalles para arrancar la fiesta. Un poco de maquillaje en las mejillas o algún retoque en las faldas o el sombrero y todas están listas para comenzar el recorrido por las alturas de La Paz. Polleras decoradas con puntillas doradas, zapatitos forrados con aguayos tradicionales y blusas escotadas son las novedades de los últimos años. “Aquí todas visten con orgullo sus polleras, hasta incluso las transformers –así es como llaman a las cholas que dejaron el pantalón por la pollera– se lookean para mostrar nuestra tradición”, explica Wendy Daza, la reina de la comparsa Amaba, mientras acomoda sus prestes dorados, con la ayuda de un diminuto espejo de mano.

Los precios de la ropa de cholita son un tema aparte. Si una chola se quiere vestir para causar impacto, el precio puede ser prohibitivo. Un sombrero de primera calidad puede llegar a costar más de 200 dólares, casi el doble de lo que la mayoría de los bolivianos gana en un mes. Además, la mayoría de los tejidos y apliques de chola son fruto del trabajo artesanal, y sus refinados detalles muchas veces conllevan prolongados tiempos en el proceso de diseño y producción. “Mucho más caro cuesta ser cholita hoy día. Una pollera de los últimos modelitos anda por los 40 dólares y una manta de vicuña puede costar más de 300. Es como llevar un traje de Armani”, explica Mirtha Poma, una vendedora callejera de la avenida Max Paredes, en el barrio textil paceño. Pero las mañas de la mujer andina pueden más que la especulación. “También las mujeres nos costuramos nuestras faldas. Es tradición de las que del campo venimos. La pollera no la vamos a dejar por los precios”, dice con voz segura la reina de la comparsa Amaba, poco antes de comenzar a desfilar sus generosas cinturas por las vías de La Paz.

GOD SAVE THE QUEEN

Los concursos de belleza forman parte de una tradición nacional en Bolivia. La elección del Rey y la Reina de la belleza boliviana han tenido finales dignos de novela mexicana en los últimos años (la notable road movie ¿Quién mató a la llamita blanca?, del director cruceño Rodrigo Bellot, da un excelente pantallazo del asunto). Pero lejos de la frivolidad anoréxica de la elección de la Reina de Bolivia, el concurso Miss Cholita Paceña es por lejos el evento más importante de la moda andina.

Catorce postulantes desfilan las polleras, sus largas trenzas, los fastuosos aretes de oro y delicados prestes con joyas, sobre un escenario montado en el centro de la ciudad. Aquí no vale de nada tener una figura elastizada de modelo europea. Los jurados sólo toman en cuenta la calidad del traje, junto a la elegancia y originalidad de las cholas. El concurso combina tradición y reivindicación, y valora la elegancia al bailar, además del saber representar orgullosamente los valores de las comunidades originarias.

Cuentan que la última elección fue bastante reñida y hasta tuvo su propio escándalo (la cholita elegida por el jurado terminó destronada por utilizar trenzas falsas). “Estoy feliz. Supongo que ahora van a hacer fila para conocerme, ¿no?” explica, con su sonrisa bañada en oros, Sonia Rosas Chambi, la última reina de la belleza chola.

CHOLITAS EN EL RING

A pocas cuadras de donde se celebra la elección de Miss Cholita, entre los atiborrados mercados populares de la ciudad de El Alto, otra reina de las polleras saca a relucir el orgullo de la mujer andina. Carmen Rosa es la campeona nacional de catch, y aunque usted no lo crea, una mujer de pollera hecha y derecha. “Subir al ring con las faldas y el sombrero traza un puente con las cholas de la audiencia. Como que me dan fuerza y a la vez les doy un mensaje de poder vencer a quienes tengan adelante”, dice la cholita catchascanista. Carmen Rosa cuenta que las faldas y los zapatitos de aguayo no son un obstáculo para realizar las osadas vueltas carnero y patadas voladoras que realiza sobre el cuadrilátero. “El hecho de ser de pollera y aventurarse a luchar es una insignia que muestra la fuerza y el carácter de la chola boliviana. Es un símbolo, un símbolo de la esperanza que tienen todas las mujeres bolivianas”, comenta el escritor Crispín Portugal, mientras Carmen Rosa hace volar a más de un luchador sobre el ring.

Una patada cruza la cara de su retador y la cholita disfruta de una nueva victoria. “¡Uno, dos, tres!”, gritan desde las tribunas las cholas con sus guaguas en brazos. Carmen salta de alegría y dedica el triunfo a todas las mujeres de pollera bolivianas. La lucha ha terminado por hoy y Carmen Rosa acomoda su peinado antes de ponerse el sombrero hongo. Antes de partir, la chola cuenta que debe saludar a algunos de sus admiradores, que la esperan en la puerta del vestuario. Pero ojo, a no confundirse. “La cholita paceña tiene mucho carácter –dice su manager–, como buena streaper es. Se mira pero no se toca".

Fuente Página 12

El Ataque de Las Cholitas Luchadoras

Usan sombreros y trenzas que les llegan hasta la cintura. Durante la semana se dedican a su familia y a sus puestos de ventas en las calles de La Paz, Bolivia. Pero los domingos, se convierten en las Diosas del Ring, defendiendo su lugar en la lucha libre y su derecho a ponerse polleras, o faldas típicas.

Son las cholitas luchadoras de La Paz: Carmen Rosa la Campeona, Julia la Paceña, Yolanda la Amorosa, y otras mujeres aymara que tienen una pasión por la lucha y son pioneras en el mismo. En el nuevo documental 'Las Mamachas del Ring,' la directora coreana-americana Betty M Park nos muestra la vida de una de ellas, Carmen Rosa, dentro y fuera del ring, y las tribulaciones que acontece con su esposo, su familia y sus compañeras. Conoce esta cinta bastante entretenida:

Para el estreno de 'Las Mamachas del Ring' en el New York International Film Festival, Carmen Rosa viajó a Nueva York (y Estados Unidos) por primera vez para reencontrarse con la directora después de casi 4 años sin verse. Aunque dice que le encanta la Gran Manzana, Carmen Rosa y Betty aprovecharon para ir al restaurante boliviano Copacabana en Queens para unos antojitos y ponerse al día.

Durante estos 4 años, Carmen Rosa ha seguido practicando la lucha libre, y al hablar con ella se nota que lo que muestra el documental sigue más vigente que nunca: para Carmen Rosa la lucha libre es una expresión de identidad: "Seguimos peleando, haciendo festival todos los domingos, también entrevistas con diferentes personas para que otros países conozcan lo que es Bolivia, la mujer aymara, y que todo el mundo se dé cuenta que si se proponen algo, lo pueden conseguir. Las mujeres somos más inteligentes, más fuertes" dice. Eso no quita que gran parte del documental trate sobre el conflicto que tiene entre practicar su deporte y ser una buena esposa y madre como pretende la sociedad; no es nada fácil.

Aunque la premisa de unas cholitas luchadoras parezca cómico y hasta una excusa para hacer un documental explotador, 'Las Mamachas del Ring' muestra más las relaciones humanas y la vida de Carmen Rosa y sus compañeras fuera del ring que dentro.

Sin duda, Carmen Rosa es una fanática de la lucha (nos dice que sus luchadores favoritos son Rey Mistero, John Cena y Randy Orton) pero a través del film vemos una mujer de fuertes convicciones. El documental comienza con Carmen Rosa ahorcando y golpeando a un hombre en la calle, un hombre que momentos antes le había gritado de prostituta y de vender su cultura aymara por practicar la lucha. Carmen Rosa ve su vocación como una afirmación de orgullo por la cultura boliviana y aymara.

Dice que nunca se ha puesto pantalones (aunque su hija si los usa) y no los necesita pues para ella ponerse una pollera "significa un orgullo. No puedo quitarme las polleras porque es la ropa de mis ancestros, es mi vestimenta, hasta aquí por más calor que haga, no puedo usar otra cosa. Y aquí en Nueva York así conocen mi vestimenta, como soy, el carácter de la mujer también" afirma.

Durante 'Las Mamachas del Ring,' Betty M Park recurre a hermosas escenas recreadas en figuras animadas de plastiscina, hechas por el artista Christophe Lopez-Huici. Estas animaciones son un recurso para ilustrar tensión, mover la trama y mostrar conflictos entre las cholitas y dentro de Carmen Rosa misma. La música, que incluye canciones de la argentina Juana Molina y de grupos de chicha peruana como Los Hijos del Sol y Chicha Libre, está muy bien lograda junto a las composiciones originales de M.G. Espar.

De vuelta en el restaurante Copacabana, Carmen Rosa dice estar muy contenta hasta donde ha llegado pero todavía le falta una meta: "llegar al programa de Don Francisco" dice. Y ahora que cumplió 40 años y lleva casi 10 en el ring, está pensando meterse en la política: la han invitado a postularse dentro del partido Movimiento Soberanía. Pero algunas cosas nunca cambian: "si me dieran a escoger entre la lucha y la política, escojo la lucha" dice.
Visite la página web del New York International Latino Film Festival para horarios de 'Las Mamachas del Ring.'

Fuente Celestrellas

lunes, 11 de octubre de 2010

"Mamachas del Ring", Carmen Rosa la Campeona y otras cholitas bolivianas locas por la lucha libre

Slamdance es el festival de cineastas para cineastas. O el festival de cine independiente de verdad, por así decirlo, ahora que Sundance se convirtió en algo más de andar por casa. Se celebra más o menos al mismo tiempo, en enero, y también en Utah.

Y viendo lo que van a proyectar este año acabo de toparme con "Mamachas del Ring", un documental original y absolutamente peculiar sobre una revolución en los Andes bolivianos... una revolución de mujeres bolivianas que practican la lucha libre.

Me atrae porque persiguen un sueño que desde fuera parece imposible, triunfar en un ámbito machista, romper moldes en una cultura tradicional. La suya es una lucha radical.

"Mamachas del Ring" cuenta la historia de Carmen Rosa la Campeona y otras tres cholitas -mujeres que visten con traje típico y bombín- que consiguieron ser estrellas de la lucha libre pero que, después, tuvieron que enfrentarse con todo tipo de problemas. Sus familias, su entorno, su día a día, todo está en contra de que puedan realizar su sueño.

Lo mejor es ver el trailer, de verdad, no os lo perdáis.




Mamachas del Ring - Trailer - español from Betty Park on Vimeo.


¿No os parece interesante? A ver si llega a algún festival... Las críticas han sido muy buenas.

La directora es Betty M Park. Y me encantaría saber cómo descubrió esta historia.
Fuente original La Infiltrada

Cholita libre, filme que refleja el coraje de la mujer paceña


Audiovisual: El documental, dirigido por las alemanas Jana Richter y Rike Holtz, retrata la vida de cuatro paceñas que se dedican a la lucha libre. Será exhibido la próxima semana en el Goethe Institut. “Hemos vivido cuatro meses con nuestras protagonistas, hemos cocinado, trabajado y entrenado con ellas para conocer y entender bien todo lo que buscábamos mostrar”.

La cineasta alemana Jana Richter cuenta, emocionada, la esencia de Cholita libre, el documental que dirigió junto con su compatriota Rike Holtz y que presentará la próxima semana en el Goethe Institut de La Paz. Más allá de reflejar el oficio de luchadoras profesionales de cuatro mujeres paceñas de pollera, el audiovisual, de 70 minutos de duración, “es un retrato de la vida diaria de cada una, es una muestra de la fuerza, energía y valentía de las mujeres de este país que luchan todos los días para vivir y salir adelante con sus familias, lo cual no siempre sucede en Europa y otras partes del mundo”.

Richter, quien llegó a La Paz la semana pasada junto con su compañera de producción, se confiesa ansiosa y nerviosa ante el “estreno mundial” del filme que será mostrado en una función libre el viernes 19 a las 19.30 en las oficinas del Goethe, en la avenida Arce. “Y es que nuestro compromiso era mostrárselo antes que nadie a las cholitas luchadoras de La Paz y El Alto que serán las invitadas especiales, porque este trabajo está hecho para ellas”.

La cinta

Rodada en formato HD digital, entre enero y abril de 2009, Cholita libre es una semblanza de la cotidianidad de Carmen Rosa, la Campeona; Claudina, la Maldita; Yolanda, la Amorosa, y Rosita Rompecorazones, amas de casa, madres, trabajadoras de día; rudas “cachascanistas” en las noches y los fines de semana.

Según la realizadora, “el carácter fuerte y la decisión que tienen estas mujeres” va de la mano con su oficio de luchadoras “porque acá pelean de verdad en el ring, no como en Estados Unidos, donde las luchadoras sólo muestran sus cuerpos”.

Carmen Rosa y Yolanda —una joven madre soltera— son cocineras y atienden juntas un negocio; y Rosita está casada, tiene un hijo de dos años y a la vez estudia para terminar la secundaria.

En esta realidad, alternada con los entrenamientos y peleas oficiales, se inmiscuyeron Richter y Holtz para lograr el metraje que ya tiene proyecciones programadas en una media docena de países. Desde abril, la película se verá en Argentina, Canadá, Rusia, Rumania y Holanda, y ya casi está confirmada su participación en el Festival de Cine de Locarno, de Suiza.

Luego de la función del próximo viernes, las alemanas aún no tienen un espacio para difundir su trabajo de manera masiva. “Vamos a buscar contactos con la Cinemateca Boliviana y otras empresas, porque Cholita libre está hecha para que lo vean los bolivianos”, sostuvo Richter.

Dos alemanas convivieron cuatro meses con cholitas luchadoras.

Para destacar

El filme Cholita libre se estrenará el viernes 19 de marzo en el Goethe Institut de La Paz.

El rodaje, de 70 minutos, refleja la vida de cuatro paceñas que se dedican a la lucha libre profesional.

A la par que sus peleas y entrenamientos, también se muestra su rutina cotidiana y familiar.

Una de las realizadoras alemanas destaca la fortaleza general de la mujer paceña como motivación.

La cinta será exhibida en varios países de Europa y aún se busca espacio para difundirla en el país.

Redacción original de Sentir Bolivia

viernes, 8 de octubre de 2010

"Carmen Rosa" y las "Mamachas del Ring"




Interesante película de las "Mamachas del Ring" donde participa la luchadora "Carmen Rosa".

viernes, 23 de julio de 2010

Cholitas luchadoras en la política boliviana



El Alto, Mar. 10 (Rebeldía).- Las cholitas de lucha libre junto a los luchadores que organizan espectáculos todos los fines de semana en el Multifuncional Deportivo de la Ceja de El Alto también proclamaron al candidato a alcalde por el Movimiento Al Socialismo-Instrumento Político (MAS-IPSP), Edgar Patana.


Tras dos luchas de exhibición, los luchadores y luchadoras, en pleno cuadrilátero, entre las cuerdas y lonas, Patana fue proclamado como virtual alcalde de El Alto que cambiara con Capacidad y Decisión.


El acto de proclamación que fue organizada por la Asamblea del Deporte de El Alto, se desarrollo el pasado miércoles 10 en el Multifuncional, donde el principal candidato del MAS-IPSP y los postulantes a concejales disfrutaron del espectáculo que ofrecieron las cholitas luchadoras.


Fuente blog de Edgar Patana

Viendo a las "Cholitas Voladoras"




Es tarde de domingo en La Paz y ya se percibe el aburrimiento. Por alguna razón, y en casi todos los países del mundo, las tardes de domingo son siempre así. Abúlicas, perezosas, lentas. Intento romper esa dinámica yéndome a la Ceja en El Alto, un suburbio a media hora de La Paz. No hace mucho que he leído algo sobre las cholas luchadoras. Me llama la atención y voy al espectáculo. En realidad se trata de una mezcla de lucha americana con lucha libre mexicana pero aplicada a Bolivia. Las estrellas son sin duda las cholas. Previamente hay un calentamiento del personal con personajes que salen a luchar histriónicamente pero todos esperan el momento en el que con sus faldas y su gorro tradicional saltan al ring dispuestas a comerse al mas pintado. Sale dos cholas, una de ellas enana, y comienzan los golpes. El rufián empieza a golpear a la enana, luego la emprende a golpes con la otra. Salta la sangre por todas partes, el publico está indignado. De repente, las cholas se recuperan y le dan su merecido al malo. El público grita enfervorizado. El espectáculo es fotogénico y violento. Me produce sentimientos encontrados. El público en cambio no tiene duda, todos apoyan el show sin excepción. Gritan, cantan y en algunas ocasiones incluso tiran cosas a los luchadores.

Ya de noche, salgo recordando los últimos golpes en el ring. Llego al hotel y me pruebo la máscara de luchador que me he comprado. No termino de ver mi futuro como luchador. Me fumo el puro de La Paz. Cuando amanece ya es lunes, pero no un lunes cualquiera. Es el lunes en el que tengo que decidir la parte final de mi viaje. Pero no lo decido yo, lo decide una compañía de seguros negándome mi última posibilidad de tener uno para Ecuador, Perú y Colombia y por tanto cortando mi proyecto inicial de seguir la Panamericana hasta el final. Pongo en marcha el plan B que consiste en volver a Buenos Aires atravesando Paraguay y visitando Iguazú en Brasil. Trato de superar la decepción viendo la parte positiva. Al menos no tendré que preocuparme de repatriar al Falcon.

Salgo escopetado hacia Santa Cruz, territorio camba. Me costará alcanzarla un par de días y eso que lo peor llegará después. Entre Santa Cruz y Camiri, reviento una rueda contra una piedra. La cambio en mitad de la noche con la luz de la linterna. Continuo viaje pero el coche tiembla mucho y no lo puedo pasar de 50 km/h. De pronto, aparece una vaca tumbada en mitad de la carretera. Frenazo, volantazo y golpeo el Falcon contra la vaca. Me temo lo peor pero ambos resultan milagrosamente ilesos. Pienso que de no haber reventado la rueda y haberme obligado a reducir la velocidad igual no lo hubiese contado. Esa noche fue dura. Llego ya tarde a Camiri y me voy a dormir extenuado sin probar bocado. Al día siguiente seguiré con la mala racha. Enfilando la frontera de Paraguay desde Boyuibe me quedo encallado con las ramas de un árbol. Aparece Clemente, un muchacho campesino que me ayuda a sacarlo pero unos metros mas adelante vuelvo a sumergirme en el fango. Despido a Clemente que tiene que irse a ordeñar sus vacas y me quedo unas horas esperando. No pasa nadie. Estoy deshidratado y bebo agua de una charca. Me pican los mosquitos. Ni siquiera pienso que estoy en el epicentro de la “zona dengue”. Me da igual. Sólo quiero sacar el Falcon del barro. El sol está ya muy bajo cuando aparece Ronald mas conocido como “gauchito” que me saca del apuro con su coche. Va descalzo y medio desnudo. Huele a de todo. Pero es una máquina recorriendo el camino. Con su amigo Gabriel son capaces de sortear cualquier obstáculo. “Mas adelante el camino está impracticable” - me comentan. Ellos vienen de la frontera y es imposible avanzar así que no me queda mas remedio que volver por donde he venido. Todo el día perdido. Formamos una caravana de tres coches. Por el camino nos vamos ayudando. Voy sin rueda de repuesto pero afortunadamente no pincho. Llegamos tarde a Boyuibe, ya anochecido, pero llegamos. Reconozco que Bolivia me tiene quemado. Piedras en el camino, pinchazos, barro, baches, ríos desbordados. Realmente una aventura. Pero me tiene quemado. Me ha llevado al límite en varias ocasiones. Bolivia me gusta pero me agota.

Al día siguiente tomo un camino alternativo por Villazón, mas largo pero en mejor estado. En un momento dado creo que todo se acaba. Hay barro y un camión medio atrapado pero meto primera y a base de volante consigo salvar la situación. Luego solo me queda aguantar varias horas de lluvia e incertidumbre hasta que llego a Paraguay.

Fuente
Oliveriada

Lino Villca sale en defensa del deporte en la altura

A nueve días de las elecciones departamentales y municipales del 4 de abril, el candidato a la Gobernación de La Paz por el Movimiento Por la Soberanía (MPS), Lino Villca, selló una alianza política con las cholitas luchadoras y salió en defensa de la práctica del deporte en la altura.

El anuncio fue realizado un día después de que los principales postulantes a la Alcaldía y a la Gobernación de La Paz expusieran al electorado sus políticas deportivas, y que La Prensa destacara como grandes vacíos en las ofertas la defensa de la altura en prácticas deportivas y la rehabilitación de la piscina de Alto Obrajes, que permanece cerrada desde hace 30 años.

El aspirante, según la agencia ANF, organizó una conferencia de prensa para hacer oficial la postulación de Carmen Rosa (cholita luchadora) como candidata a la Asamblea Legislativa Departamental que desde el 4 de abril funcionará como la entidad legislativa del gobierno departamental.

En declaraciones a los medios, Carmen Rosa afirmó que “mi lucha será más fuerte que en el ring, he salido campeona dos veces y ahora voy a ser campeona y lucharé por el progreso de La Paz representando con orgullo a la mujer no sólo aymara, sino boliviana y paceña”.

A su turno, Lino Villca aseguró que la candidatura de una cholita luchadora “representa a los hombres y mujeres que se dedican al deporte y que representan al país con orgullo, como el caso de Carmen Rosa, una cholita que se dedica a la lucha libre, que entra a pelear políticamente para impulsar el verdadero proceso de cambio”, agregó.

Afirmó, además, que su participación representa el derecho de las mujeres que fueron excluidas del escenario político, económico y social.

El candidato disidente del Movimiento Al Socialismo (MAS) aseguró que de ser elegido como Gobernador de La Paz saldrá en defensa de la altura, cuestionada por la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA), pues esta organización volverá a plantear la conveniencia o no de que los partidos de las eliminatorias mundialistas se disputen en sitios ubicados a más de 2.750 metros sobre el nivel del mar y podría definir un veto de la sede del Gobierno, ubicada a más de 3.600 metros de altitud.

Villca fue senador por el Movimiento Al Socialismo entre 2006 y 2009; no obstante, se alejó de su partido porque supuestamente no se dio oportunidad a la participación de los indígenas.

sábado, 29 de mayo de 2010

CHOLITAS LUCHADORAS, LA ATRACCIÓN EN LA CIUDAD MAS ALTA DEL MUNDO

Por: José Luis Castillejos Ambrocio (*)
El Alto, Bolivia.- Todos los fines de semana, cuando el sol muerde el horizonte en Bolivia y se refracta en el nevado Illimani, las "cholitas catchascanistas" deleitan al público con encuentros de lucha libre en la arena más alta del mundo que tiene a los Andes como fondo panorámico.
El gélido aire que corre desde el Illimani, la montaña que adorna el horizonte de la ciudad de La Paz y es un espejo en El Alto no desanima a las mujeres quienes con polleras (faldones), mantillas y sombrero hongo visten su historia desde el ring de madera, instalado en este "Tíbet" sudamericano, a poco más de cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar.
Las mujeres de rasgos amerindios son altivas. Visten con elegancia costosos trajes bordados a mano que llevan con garbo y con los cuales suben al ring, desde donde sus floridas vestimentas vuelan de la tercera cuerda hacia el piso y sirven en ocasiones de "alfombras" del o la rival.
Aquí, la altivez de la cholita catchascanista "Carmen Rojas" muerde el polvo momentos después de pasearse muy oronda cerca a las tribunas. Martha, "La Alteña" la derrota con un sillazo en la cabeza.
“Carmen Rojas” no es otra que Giovanna Silvia Huapañaco, una profesora técnica vocacional de 30 años, quien pierde los papeles cuando Martha, "La Alteña" le pega con una silla metálica en la cabeza. Grita, insulta, pero no logra variar la sentencia de los jueces.
Momentos antes, en una esquina del cuadrilátero, Martha "La Alteña", pone la mano en el piso del tabladillo y se persigna antes de iniciar la lucha libre; luego se olvida de Dios y manda en varias oportunidades a la lona a "Carmen Rojas".
En el Coliseo Multifuncional "Heriberto Gutiérrez" se realiza el espectáculo de catch-as-can (agárrate como puedas), una lucha libre estilo andino donde la población de sangre mixta o mestiza, de rasgos amerindios, viene a deleitarse.
"Este es el único caso de mujeres luchadoras de polleras en el mundo", afirma Carmen Rojas poco antes de que llorara su derrota y terminara cojeando por la paliza que le dio "La Alteña", una ruda y rolliza mujer de tez blanca.
"En Bolivia hay mucho racismo, especialmente contra las señoras de pollera que son discriminadas. Nosotros somos cholas y en protesta por el maltrato vestimos la pollera y así salimos a luchar", comenta esta mujer que desea ir a agarrarse a costalazos a México.
Tiene cuatro años en la lucha. Se inició siendo fanática y luego se dio cuenta que era correspondida por la gente. "No sé cuantas derrotas o triunfos he tenido", afirma esta mujer bajita, de ojos achinados y trenzas que se define como "ruda".
Para ingresar al coliseo hay que hacer una larga fila y esperar por lo menos una hora. A un costado hay indígenas que venden maní (cacahuate), helados, máscaras de luchadores profesionales como el Santo o Blue Demon. El olor a fritanga, a comida se cuela en el ambiente mientras abajo se domina la ciudad de La Paz que está tendida sobre un radiante sol.
En un carro destartalado hay una gran bocina desde donde un desgarbado hombre anuncia las peleas del día. Pone de fondo musical la voz del charro cantor mexicano Vicente Fernández quien desentona en este lugar con su canción "Estos celos" ya que a 50 metros desde donde “canta”, vía CD, hay una banda con música andina.
A pesar del sol radiante hace frío a esta altura donde a menudo hiela por las noches y los vientos que atraviesan el altiplano agrietan las mejillas de los niños cholitos que lucen sus caritas rojas o moradas.
"Claudina, La maldita", se cuela entre el gentío. Ella pertenece al bando rudo y su nombre de pila es María Eugenia Mamani Herrera, y aunque nació en la ciudad de La Paz viene a El Alto a seguir una tradición familiar: la lucha libre.
Tiene 22 años, se dedica, junto con su hermana Martha, "La Alteña", a confeccionar ropa de luchadores y máscaras. Estudia la carrera de derecho y dice que la lucha libre le ha cambiado su ritmo de vida.
"El que ahora me reconozca la gente en la calle tiene un precio muy alto porque no puedo tener una familia, no puedo casarme, una vida propia. Los hombres me tienen miedo", dice mientras suelta una carcajada y muestra sus puños, esos con los que derrota a sus rivales.
Todas las semanas está en el gimnasio entrenando y ha tenido la experiencia de viajar por todos los rincones del país y haber recorrido Argentina, Chile, Colombia, Perú, y también sueña con ir a México a enfrentarse a luchadores mexicanos.
Esta tarde tuvo mala racha porque fue derrotada por el "Preso Número 9", un hombre rudo que la masacró a golpes, se montó sobre ella, la hizo volar por los aires, la arrastró y la doblegó con varias llaves, no sin antes recibir una serie de patadas voladoras.
Su padre es un luchador retirado y sus dos hermanos también siguieron esos pasos. "A mí me gustó la lucha libre desde niña y un día me animé y dije '¿qué acaso las mujeres no podemos?'”, se pregunta y se responde: “La lucha no nace de la noche a la mañana, es algo sacrificado".
Martha, "La Alteña", nombre de lucha de Jenny Mamani Herrera, es una mujer guapa, alta, simpática, de ojos azules, cabello pintado de castaño con rayitos claros y se define como una chola (gentilicio de la población de sangre mixta o mestiza) coqueta, rica y de buenas piernas.
"Me siento feliz de haber tomado la decisión de ser luchadora. Tengo el cariño de los niños, de las mujeres que usan polleras y de los mismos hombres que vienen a verme las piernas", añade.
Es costurera, al igual que su hermana "Claudina, La maldita" y desea tener su propia línea y marca para producir blusas para cholitas. "Soy soltera y si tengo dos niñas, no hay ningún hombre que se anime estar conmigo. En la lucha soy ruda, pero en la vida real soy cariñosa, tiernita", añade con cierta coquetería.
Yo uso la pollera porque soy de pollera. Soy una chola muy coqueta, a mi me encantan pintarme, tengo ojos azules, son naturales mis ojos, insiste poco antes de subirse al ring, pero de lejos se ve que son pupilentes.
Al caer la noche y tras triunfos de unas o derrotas de otras, las luchadoras se retiran a sus casas, calle abajo o arriba de los cerros, según el caso, mientras queda en el corazón de los alteños el griterío de la tribuna y el rostro de las cholitas que no saben doblegarse.
Extraído de Comunidad El País

jueves, 25 de febrero de 2010

Cholitas voladoras desde Bolivia

Zona crónica

Cholitas Voladoras

Por: Juan Pablo Meneses

Hay madres solteras a las que les toca trabajar duro. También hay algunas que están dispuestas a aguantarse heridas y golpes para ganarse la vida. Y sin embargo, en Bolivia, las cholitas que luchan a 4900 metros de altura dicen estar peleando en el cielo.

Jennifer es mala. Por eso todos aplauden cuando la empujan al suelo, y la ablandan a patadas, y le tuercen la garganta, y la arrastran tirando de las trenzas de su peinado de chola. Mientras la golpean, el público del Multifuncional de La Ceja en El Alto, en Bolivia, le tira botellas de plástico, huesos de pollo y tapas de gaseosas. Su cara es de sufrimiento. Está furiosa y adolorida. Es mala, pero orgullosa. Jennifer saca lo último que le queda de fuerza, empuja a su rival y le hace una zancadilla. Ahora, ella domina la situación. Salta sobre la cara de su contrincante y luego le dobla el brazo hasta hacerlo crujir. Entonces Jennifer se trepa a las cuerdas en una esquina, levanta sus brazos como si tratara de agarrar el abucheo del público en su contra, mira a su rival tumbada sobre la lona y se lanza a volar.

Vuela, y su vestido típico de chola aymara flamea sobre el aire.
Vuela, y sus ojos se clavan en esa víctima sobre la que dejará caer todo su peso.
Vuela, mientras estallan los flashes de los turistas gringos de la primera fila.
Vuela, saboreando la venganza de los malos.
Vuela, como un águila pesada que pierde altura.

Vuela, y medio segundo antes de aterrizar, su rival se mueve unos centímetros.

Jennifer aterriza con su cara en la lona. El golpe al tocar tierra es seco, suficiente para romper las costillas de cualquiera que no esté entrenado para la lucha libre. El público se ríe de su desgracia mientras ella, la mala de esta película en vivo, se retuerce como si la acabaran de atropellar. Minutos más tarde, después de recibir nuevas patadas y nuevos golpes de puño y nuevas llaves que le tuercen los brazos, la mujer recibirá la cuenta de uno y dos y tres y habrá perdido el combate. Bajará del ring entre gritos de ¡loca! ¡loca! ¡loca! Y los alaridos no se detendrán hasta que ingrese al camarín: ¡loca! ¡loca! ¡loca!

—En la calle también me gritan. Yo vivo aquí, en El Alto, y cuando voy por la calle me dicen ¡loca! —comenta. Su nombre de luchadora es Jennifer Dos Caras, aunque ahora habla como Ana María, su verdadera identidad.

Estamos en la zona de camarines del Multifuncional de El Alto, una ciudad boliviana vecina a La Paz, con un millón de habitantes a 4900 metros de altura. Según todos aquí, El Multifuncional es el gimnasio más alto del mundo. "Estamos cerca del cielo", dice el locutor que anuncia las luchas. El recinto, por donde pasean perros cojos y no tiene baños, alguna vez fue una iglesia. Durante los días de semana aquí se juega básquetbol y fútbol sala, a veces hay actos políticos y todos los domingos se desarrolla una nueva jornada de la lucha libre: un espectáculo que, gracias a las cholitas luchadoras, aparece en las guías de viaje y se llena de turistas extranjeros.

—¿Se golpean de verdad?

—Claro que sí. Todas aquí tenemos muchas lesiones, y por eso entrenamos tanto. Yo he tenido varias quemaduras por la lucha —dice Jennifer, y se levanta las mangas para mostrarme varias cicatrices en ambos antebrazos.
Jennifer Dos Caras es dura, incluso cuando habla como Ana María. Sin embargo, el argumento por el que dice que le gusta ser mala demuestra su bondad:

—El público se desahoga, se libera insultándome. Me gusta ser mala porque sirve para que los espectadores hagan una catarsis. Me gusta provocarlos, para que se liberen. Hace un tiempo fui buena, una temporada, pero me aburría.

Jennifer tiene dos hijos, uno de 14 y una de 7. A veces ellos la vienen a ver, pero a ella no le gusta. En su casa hay una colección de fotos de la madre volando con su vestido de cholita. Vive exclusivamente de la lucha, cobra unos 60 dólares por pelea, y ella mantiene la casa. Es soltera y no se ve con el padre de sus hijos:

—Soy sola y mala —y se ríe.


***
Nos hemos acostumbrado a que en Latinoamérica todo se lucha. Hemos aprendido que no hay verdadera causa, si no estamos dispuestos a luchar por ella. En épocas de crisis económicas, muchas manifestaciones políticas de la región terminan con el coro: "¡Morir luchando, de hambre ni cagando!".

En la zona de El Alto, donde las cholitas vuelan antes de caer a la lona, la mayoría de los muros están pintados con frases que juntan las palabras "Evo" y "Lucha". En ellos se anuncia que el presidente de Bolivia está luchando contra la pobreza, luchando contra el abuso extranjero, luchando contra el analfabetismo. "No dejaremos de luchar", dice Evo Morales el día que asume en su segundo periodo consecutivo como jefe de Estado. La lucha en boca de todos. La lucha como parte del día a día, en una Latinoamérica con 1200 muertos diarios por violencia urbana. La lucha como parte del discurso. La lucha como algo serio, nunca para la risa. El opuesto a la lucha de hoy en el Multifuncional de El Alto, donde los luchadores siempre provocan que el público estalle en carcajadas.

Comparados con la realidad, los luchadores de ring se ven como una caricatura a pilas. Como un juguete. Basta recordar El club de la pelea, la novela de lucha de Chuck Palahniuk, llevada al cine por David Fincher y protagonizada por Brad Pitt. En un momento, uno de los peleadores va al hospital por fuertes dolores. Le dice al médico que lo atienda rápido, que está sufriendo. El médico le responde: "¿Quieres ver sufrimiento de verdad? Visita el pabellón de cáncer testicular. Eso es dolor".

Nadie toma en serio los verdaderos dolores de los luchadores de ring. Tampoco el de las famosas cholitas de la lucha bolivianas.

Elizabeth es una cholita buena. Dentro del mundo de la lucha libre boliviana están los tácticos y los rudos. Las luchadoras cuyo perfil es el de ser malas son las rudas. Elizabeth, en cambio, es una cholita táctica.

Elizabeth sube al escenario luciendo un largo faldón de colores y un gorro gris de chola. El público la aplaude y ella saluda con los modos de una luchadora buena. El locutor de la velada le pasa el micrófono, y ella saluda a una niña del público que está de cumpleaños. La festejada, que no tiene más de 10 años y está en compañía de sus hermanos, padres y abuela, se llama Alicia. A la lucha libre boliviana llegan muchas familias completas, como la de Alicia.

—Mi niña, además de saludarte por tu cumpleaños, quiero decirte que estudies. Que nunca dejes de estudiar, para que te vaya bien en la vida. Además, no pelees con tus padres, que te quieren mucho. Que Dios te bendiga —le dice Elizabeth, desde el ring, y todo el público aplaude a esta cholita buena.

Para llegar a luchar el domingo, las cholitas luchadoras han pasado por toda una semana de preparación. Los lunes hay descanso. Los martes es la preparación física, con pesas, trote y abdominales. Los miércoles es descanso. Los jueves es de prácticas sobre el cuadrilátero. Los viernes es descanso. Los sábados es el ensayo general para el gran día, el domingo, hoy.

Elizabeth es gruesa y ágil, como todas. Salta frente a su rival hasta tumbarlo en la lona. Luego corre hasta las cuerdas, se abalanza sobre ellas como si fueran un elástico, y sale disparada con todo su vestido flameando hasta chocar con su contrincante.

—Me gusta que vengan tantos extranjeros. Eso demuestra que lo que ofrecemos es de gran calidad. Llevo cinco años en esto, y la verdad es que estoy muy contenta —dice Elizabeth fuera del ring, después de un triunfo fácil. Mientras habla, los niños de El Alto se acercan para abrazarla, para tocarla, para tomarse fotos.

Si bien cada domingo de pelea hay unos diez combates, la mayoría con hombres sobre el ring, son las cholitas las que han cambiado la cara de la lucha libre boliviana. En algunos puestos de videos de la feria de El Alto, un paraíso de mercancía robada y pirata, venden el legendario programa de El show de Cristina de junio de 2008: cuando varias de ellas estuvieron en el set con Cristina Saralegui. Para muchos, eso fue el comienzo del cambio. El inicio de la llegada de fotógrafos y documentalistas europeos, japoneses y de Estados Unidos. Y de ahí, el desarrollo de la industria turística en La Paz, que llena buses con turistas y los sienta al lado del cuadrilátero.

En primera fila, para ver en detalles y cerca del cielo a estas cholitas que vuelan mientras luchan por una mejor vida.



***
Carmen Rosa es buena y está tumbada en el piso, abajo del ring, cuando le parten un cajón de madera en la cabeza. El público chilla, insulta, pero el árbitro de la pelea no hace nada para detener el ataque a mansalva. La cholita Carmen Rosa, una de las más legendarias competidoras del cachacascanismo boliviano, ahora está combatiendo con 'la Fiera': un gordo de más de cien kilos y traje blanco ajustado. Desde hace un tiempo, tan llamativos como las peleas entre cholitas, son los combates entre un hombre y una mujer. El gordo apodado 'la Fiera', que promete no tener compasión, consigue otro cajón con qué pegarle a la cabeza de su víctima. Algunos turistas se espantan. Toman fotos con asombro mientras, a pocos metros, 'la Fiera' del traje ajustado le da golpes con objetos contundentes a una cholita querida por el público.

—¡Maricón! ¡Maricón! ¡Métete con un hombre! —le gritan desde todos los costados del estadio. Los niños, los padres, los abuelos, los turistas.

Gina Grey, 24 años, nació en Sacramento, estudió antropología en la UCLA y lleva un mes viajando por Bolivia. Llegó a mirar la lucha libre como parte de los recorridos imperdibles que venden las agencias de turismo de La Paz. Pagó 40 dólares por un paquete que incluye el traslado, el ingreso al Multifuncional, un vaso de bebida, una bolsa con palomitas de maíz, dos tickets para ir a un baño que está afuera del recinto y una artesanía en miniatura de una cholita. Junto a ella hay una veintena de jóvenes gringos, todos en primera fila, que llevan gorros bolivianos y mochilas artesanales. Gina me había dicho, con un español con acento de inglés californiano, que le parecía gracioso ver el espectáculo. Antes de los combates se le veía risueña. Les tomaba fotos a los niños bolivianos y a las abuelas con vestidos de chola sentadas entre el público. Sin embargo, de pronto, todo parece haber cambiado. Mientras el gordo de blanco golpea la cabeza de Carmen Rosa, Gina se enfurece y se suma a los gritos:

—¡Maricón! ¡Maricón!

El árbitro detiene la golpiza y obliga a los dos luchadores a subir al ring. Una vez arriba, Carmen Rosa renueva las fuerzas, tumba a 'la Fiera' y comienza a estrangularle el tobillo derecho. Todo se da vuelta en unos pocos minutos. El público la vitorea, mientras ella escala las cuerdas antes de saltar. Desde lo alto levanta los brazos y todos, incluyendo a Gina y sus amigos, la alientan con aplausos y vivas. Carmen Rosa, transformada en una vengadora de la violencia de los hombres contra las mujeres, se impulsa con toda su fuerza y vuela.

Vuela, y su vestido típico de chola aymara flamea sobre el aire.
Vuela, todavía con las marcas del cajón roto en su cabeza.
Vuela, mientras el público la ovaciona enardecidamente, como a la heroína necesaria.
Vuela, saboreando la venganza de los buenos.
Vuela, y 'la Fiera' no se alcanza a mover cuando ella aterriza.

Carmen Rosa deja caer toda su pesada carrocería sobre el pecho del gordo luchador. La victoria es seguida entre ¡vivas! que parecen derribar este pequeño estadio que alguna vez fue iglesia y que está tan cerca del cielo, a 4.900 metros de altura. Los turistas de la primera fila toman fotos, mientras las familias de las tribunas populares no se cansan de aplaudir.

El espectáculo de las cholitas luchadoras parece gozar de buena salud. Todos saben que, gracias a ellas, la lucha libre boliviana ha podido destacar frente a industrias poderosas latinoamericanas como la lucha libre mexicana o la lucha libre argentina. Tal es el éxito, que más de uno se declara el inventor del fenómeno.

Juan Mamani, conocido como 'el Gitano' y responsable del espectáculo, se anuncia como el inventor de tan lucrativa variante de la lucha libre: las cholitas luchadoras. Sin embargo, al poco tiempo de la aparición de estas luchadoras de vestidos largos, muchas de ellas se fueron a trabajar con la compañía dirigida por Benjamín Simonini, conocido por su nombre de luchador rudo 'Kid Simonini'.

Más allá de las disputas entre dueños de compañías, hay un luchador que tiene pruebas de que todo fue invento de él. Su nombre es Édgar Zabala, aunque en el mundo de la lucha libre boliviana se le conoce como 'Comandante Zabala'. Édgar tiene 45 años, un peinado con gel y la nariz rota en varias partes. Lleva más de 25 años en el ambiente y llegó al ring de la lucha libre tras un paso por el boxeo. Competía en categoría mosca, soñó boxear una final del mundo, y ahí comenzaron a romperle el tabique.

—La primera vez que hubo una cholita luchadora, fui yo —dice, serio, vestido con el traje militar con que en un rato saldrá a competir como 'el Comandante Zabala'.

Cuenta que fue hace unos diez años, y que se le ocurrió salir al ring vestido de chola como una humorada. Como parte del lado divertido que siempre debe tener la lucha libre. Lo que él no sabía, ni menos el jefe de la compañía, era el éxito que iba a tener ver a cholitas sobre el escenario. Rápidamente, 'el Gitano' comenzó a reclutar mujeres que estuvieran dispuestas a volar sobre el ring y aterrizar con sus costillas. A la primera convocatoria llegaron más de 50. Hoy en día, hay varias en lista de espera, para ser las futuras Carmen Rosa: la mujer que se sobrepuso a los golpes de cajón en la cabeza, y fue capaz de tumbar a su pesado rival en medio de los vítores de un estadio lleno.


***
Cuando uno llega a La Paz, es habitual cruzarse en la calle con cholitas, como se les dice "cariñosamente" a las mujeres indígenas que visten su atuendo tradicional. Las cholas, como muchos descendientes de los aymaras, son el símbolo de la discriminación de la cual han sido objeto los indígenas y campesinos en Bolivia. Sin embargo, dicha vestimenta también es señal de un prestigio propio de quienes mantienen los valores de una cultura antigua. Cuando uno sube a El Alto, la presencia de las cholitas se hace mucho más evidente.

Desde El Alto, donde está el Multifuncional de la lucha libre, se logra una vista panorámica y casi completa de la ciudad de La Paz. Ahí abajo está la capital, los grandes edificios, el palacio de gobierno y los hoteles donde se hospedan los turistas. Aquí, en cambio, las calles son de tierra, la gente sobrevive con el comercio ambulante y al menor descuido puedes ser víctima de un robo. El Alto es considerado una zona roja, en la que hay que andar atento. Sin embargo, la fama de los alteños tiene que ver más con la lucha que con los robos de poca monta.

Fueron los alteños quienes comenzaron la revuelta popular que terminó con la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, paso previo al presidente Carlos Mesa, antecesor de la llegada de Evo Morales al poder.

—El Alto es un bastión de Evo. Acá es zona roja, pero Evo puede caminar por aquí sin custodia y nadie le haría nada —me dice Alberto Medrano, un periodista de El Alto, gran promotor de la lucha libre boliviana.

La jornada de combate termina pasadas las nueve de la noche. El frío de los casi 5000 metros de altura se ha dejado caer. Los turistas se han subido a los buses para bajar hasta La Paz, mientras las familias de El Alto se van caminando hasta sus casas. Carmen Rosa, una de las luchadoras más legendarias, me dice que mañana es el día de descanso y estará con sus hijos. Me cuenta que es una mujer de trabajo, que los titanes del ring le han servido para tener una mejor vida, pero que tampoco es que gane mucho dinero. Dice que, de todas maneras, tiene otras ocupaciones porque tiene familia y la vida es lucha. Cuenta que los golpes más fuertes del domingo le duran hasta el martes. Y dice que esta noche, antes de dormirse, repasará en la cabeza sus mejores piruetas.

Seguramente Carmen Rosa, la mujer que bajó del ring sudada y golpeada, se dormirá tarde y cansada. Y, posiblemente, vuelva a revivir el momento en que sube a las cuerdas. Abajo del ring el público está enloquecido y la aplaude con rabia. Gina, la antropóloga, le grita ¡Maricón! a 'la Fiera' y vitorea a la cholita. En ese momento ella abre los brazos, mira a su rival, se da un impulso y vuela.

Vuela, con su vestido de cholita al viento.
Vuela, sabiendo que en su vida siempre se ha sentido una luchadora.
Vuela, sin ganas de aterrizar.

Extraido de la Revista SOHO de Colombia